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Durante milenios, el pacto entre hombres y mujeres fue: yo (el varón) te garantizo alimento, refugio y seguridad para ti y para tus hijos y tú (la esposa) me garantizas sexo en exclusiva mientras vivas. A esa fórmula se le han añadido aderezos románticos, pero se ha sostenido sin variaciones en diversas civilizaciones y culturas del planeta durante siglos. El milagro de la anticoncepción, que irrumpió en Occidente en los años 60 del siglo pasado, concedió a la mujer la libertad que jamás había conocido: tener hijos solo si quería, cuando quería y cuantos quería. Eso le abrió las puertas del mercado laboral y condujo a su independencia económica. Aunque han pasado más de cincuenta años, a muchas personas todavía les cuesta comprender que si eres mujer no dependes de un hombre para sobrevivir y si eres hombre no puedes condenar a una mujer a brindarte servicios sexuales aunque no lo desee. Es el enorme peso de un pacto que ha durado milenios. Todavía hay infinidad de mujeres que pretenden vivir del cuento, pero no admiten que su marido tenga aventurillas por ahí (cuando eso forma parte del pacto) y lo mismo pasa con los hombres que no aceptan que una mujer los abandone y rehaga su vida con otro. Se harán manifestaciones, conferencias, intervenciones escolares, se escribirán libros y se estrenarán películas para convencer a unas y a otros de que el mundo ha cambiado, pero no es fácil el tránsito a un mundo nuevo. Especialmente porque a la mujer le toca hacer lo de siempre (criar hijos, cuidar viejos y enfermos, limpiar la casa, comprar, cocinar, ahorrar, ser la administradora…) y además debe salir de casa ocho horas al día para garantizarse el sustento que antaño le procuraba un hombre.