No he podido evitar la tentación de este juego de palabras homofónas para el titular de esta columna. Porque Pau Rigo ha sido un hombre sometido a una vejez sin paz sin haber buscado guerra. Con 84 años. Pero el encabezamiento no refleja la tragedia que hay detrás de su acusación, enjuiciamiento y absolución. Podríamos decir algo así como ‘Pau y una justicia que no repara’, porque la inocencia, única salida lógica y justa para una víctima convertida en acusado sin querer delito, por ser asaltado en su casa y defenderse, no es suficiente para resarcir los seis años de calvario y dos juicios. Porque a este señor le destrozaron la vida el fatídico día que allanaron su casa.
No quisiera yo verme en su piel. Que invadan tu hogar, que debería ser sagrado, estando dentro, con otros miembros de tu familia a la que siempre querrás proteger, así como a tu propia vida, instinto de supervivencia, que los intrusos persigan robarte, que sean ladrones armados, más en número, jóvenes y fuertes, que tú seas anciano, que haya reincidencia, que tengas miedo, que quieras vivir… Y que acabes detenido, esperando la fecha de un juicio en el que pasas a ser acusado, de homicidio, con una petición de pena de 10 años de cárcel por parte de la acusación particular y 4 por parte del fiscal, soportando sesiones y declaraciones, y una primera condena errática. Un fallo que fue un gran fallo, por seguir con otro juego de palabras, polisémicas.
Pau fue condenado en el primer juicio sin los votos necesarios por un jurado que al mismo tiempo pedía su indulto. Finalmente fue absuelto, pero la Fiscalía se opuso, pese a pedir perdón por los fallos de formulación del veredicto, y recurrió, solicitando la repetición del juicio. En la segunda vista oral, que jamás debió celebrarse porque siempre fue inocente, el Ministerio Público se mantuvo al considerar que mató «sin necesidad» al ladrón. Pero nadie podrá demostrar jamás si aquel disparo salvó su vida.
Ahora el jurado popular lo ha declarado inocente. Y en este caso, sin duda, traslada el sentir unánime de una ciudadanía que ha apoyado a este hombre que mañana podría ser cualquiera. Hace unos días varios agresores amordazaron a otro octogenario en Inca, en su casa, y le robaron 2.500 euros. Con 83 años. Eran sus ahorros, su dinero. Nadie, y menos un anciano, debería tener que defenderse de una agresión, y menos en su propia vivienda. Algo falla si no podemos protegerles, así que la única opción es trasladar a delincuentes el firme mensaje de que la Justicia será justa y racional y que no habrá paz para los malvados.
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