TW
1

Al PSOE, el pasado le sienta mejor que el presente. Es una organización que ha dejado atrás las prácticas democráticas internas para abrazar una estructura de corte caudillista en la que todo depende del líder. En este caso Pedro Sánchez, un político cuya ideología es el poder: la preservación del poder a cualquier precio. Que una organización centenaria como el Partido Socialista, en la que a lo largo de su historia convivieron corrientes de opinión muy activas, haya dado paso a una mansa asamblea presta a aplaudir a un personaje al que hace ocho años expulsaron del partido, es un fenómeno llamativo. Sánchez es un político arribista que ha hecho del pragmatismo su brújula consiguiendo sobrevivir a crisis y contradicciones que habrían apartado a otro con más escrúpulos. Manda sobre el partido como una prolongación del Gobierno. Sin admitir disidencia alguna. El episodio que ha desembocado en la renuncia de Juan Lobato, líder hasta esta semana del PSOE en Madrid, describe el clima de sumisión aceptada en el que se hallan instalados la mayoría de los cargos del partido. Conocedores de que, a ojos de Sánchez, Lobato había caído en desgracia, le dejaron solo. Apenas han levantado la voz Emiliano García-Page y el burgalés Luis Tudanca, un dirigente al que también se da por desahuciado. La mayoría está en otra disposición. Guardando silencio a la espera de coronar de nuevo a Sánchez en el Congreso Federal que se celebra en Sevilla. Un proceso de adhesión inquebrantable que se aleja de los usos de un partido en el que otros liderazgos convivieron con la existencia de corrientes internas. Ahora, en el PSOE que Sánchez ha convertido en un instrumento jerarquizado al servicio de su ambición de poder sería impensable.