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Creo que Ayuso es como aquel Barça de Guardiola: nadie puede con ella. Y ojo porque esta vez Sánchez, me parece, está tocado. Hundido quizá todavía no pero bien podría ser que don Pedro progresase adecuadamente hacia el fin. Y el Gobierno, diría yo, de mal en peor. Después de la batalla para salvar a la soldado Ribera, que ganó, y poder sacar adelante la reforma fiscal, salió Aldama de la cárcel y volvió a teñir de negro el panorama socialista. Y qué decir de lo de Lobato. Un día, un solo día, aguantó el pulso de los hombres de negro de La Moncloa. Sánchez no solo no perdona sino que, como el propietario del rancho Yellowstone, despacha a sus enemigos en tiempo récord: «Se va, acompáñalo a la estación y así no tendrá que tomar el autobús». Si han visto la serie, que recomiendo, sabrán cuál es en realidad el destino final de los «acompañados».

Pero con Ayuso, a Sánchez nada le sale bien. Cierto es que ha intentado despeñarla por los riscos de Montana, pero sus malas artes contra la presidenta de Madrid siempre acaban volviéndose contra él. Amigos madrileños me cuentan que el presidente está obsesionado con doña Isabel; su odio hacia ella es ya material para psiquiatra. Nadie podía imaginar que los problemas fiscales del novio de Ayuso acabasen por devenir una cuestión de Estado y, quién sabe, la tumba política del césar visionario. Alberto González Amador, que así se llama el Romeo, está a punto de convertirse en el novio más famoso de España. En Mallorca, las chicas pijoprogres no utilizan nunca esta palabra: si están normalizadas linguísticamente hablan de es meu al·lot. Bueno, pues el al·lot de la presidenta de Madrid es ya más célebre que Julio Iglesias en sus buenos tiempos. Si don Alberto y doña Isabel se casan un día como Dios manda, auguro crónicas esplendorosas en digital couché, que es lo que ahora se lleva en la prensa del corazón.

Y un apunte final: eso de acabar con los enemigos políticos a base de tratar de llenar de mierda a sus familiares y deudos es marca de la casa del PSOE, antes de Sánchez, con Sánchez y después de Sánchez. Aquí, en Mallorca, hemos tenido aprendices de brujo que en sus días de oropeles practicaron esa estrategia con notable vesania, aunque también con menor finura. De manera que si el presidente cae –que algún día caerá– los sufridos merodeadores de la orilla derecha del Pecos tendremos que seguir alerta. No cambiarán.