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Seguramente recordarán aquel chiste del genial Eugenio en que se encuentran dos amigos «i un li diu a l’altre: Oye, ¿cuántos son dos más dos? A lo que este contesta: si no me das más datos…» No sé por qué hoy me ha venido este chiste a la cabeza -me pasa a menudo con los de Eugenio-, a propósito de esto de los datos. Sí. Porque datos es lo que necesitamos constantemente. Y por eso mismo los buscamos. Los datos, y muy exactos, por supuesto, nos hacen falta para llevar una vida medianamente normal. No hay que confundirlos con nada parecido al conocimiento, la sabiduría y, ni siquiera, a la información. Los datos son más bien de usar y tirar, y pueden sucederse, uno encima del otro, como los tomates de ramellet, o como las cuentas de un rosario. Y al cabo de un día podemos ir acumulando tal cantidad que al día siguiente ya no nos acordamos de para qué los queríamos. Es una pena, pero es lo que pasa. Ejemplo: yo ya no recuerdo cuándo fue la última vez que miré una película ‘a pelo’. Me encantaba ver películas sin saber a qué me estaba enfrentando. Aquello era algo totalmente nuevo y maravilloso. De un tiempo a esta parte, antes de mirar una película, ya estoy buscando en el móvil la sinopsis, los nombres del reparto y del director, la fecha, las críticas recibidas y la nota que le dan los expertos para saber si vale la pena desperdiciar dos horas en algo probablemente mediocre. Un sinvivir. Lo mismo ocurre con los conciertos, los libros y cualquier otra cosa (restaurantes, hoteles, exposiciones y, en fin, todo aquello que despierte cierto interés para dedicarle un rato). A mí me gustaba más enfrentar las cosas sin ayuda. A pelo, como decía. Nada de prejuicios. Y por eso no entiendo para qué quiero ahora tanto dato, la verdad. En fin. Qué desastre.