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En las frías alturas de la sierra de Teruel, donde nace el río y la pequeña aldea de Pancrudo, un joven teniente republicano aguardaba el 6 de febrero de 1938 la embestida del enemigo. La consigna era «resistir es vencer» y él estaba muy curtido en eso. Llevaba casi dos años clavado en su puesto. «Qué valientes son estos mallorquines», comentaban sus jefes. Pero aquel día la cosa pintaba muy mal. El enemigo les superaba en todo. El ataque fue arrollador. El teniente cumplió y dejó su vida en aquella tierra. Un caído desconocido porque todavía no sabemos cuántos mallorquines murieron en los frentes republicanos de la Península.

Agustín Vivancos Llobera era de La Soledad (Palma) y tenía 22 años cuando empezó la guerra. El golpe militar le cogió en el barco de camino a Barcelona para participar en la Olimpiada Popular que organizaron los partidos y sindicatos de izquierdas. Si no era militante, al menos sería simpatizante de esta ideología, porque en Barcelona se afilió al partido comunista PSUC y se alistó en las milicias antifascistas que pretendían reconquistar Mallorca. Formó parte de la centuria mallorquina que desembarcó en la playa de Sa Coma, en Sant Llorenç des Cardassar, en agosto de 1936. Allí fue su bautismo de fuego y siete de sus compañeros perdieron la vida. Vivancos sobrevivió a este primer asalto gracias al reembarque del 4 de septiembre.

Como explica el historiador David Ginard, los mallorquines de las milicias volvieron a Barcelona y formaron la columna Porto Rojo, en honor a la batalla de Porto Cristo, cuyo comandante era el teniente coronel Marcelino Zapatero. Fueron destinados al asedio de Huesca, ciudad que estaba prácticamente rodeada y parecía que iba a caer. Allí cambiaron su nombre a Batallón Stalin y participaron en la conquista de la ermita de Jara, a unos tres kilómetros al norte de la ciudad. A pesar de ello, el frente se estancó.

Vivancos sirvió el resto de la guerra en Aragón. Un día de 1937 se acercó a su trinchera el periodista mallorquín Joan Rosselló Clar y le entrevistó a él y a su jefe, Zapatero. Este habló primero del desembarco en Mallorca: «Días terribles. No olvidaré jamás el Parapeto de la Muerte. Cada día nos costaba bajas, pero la moral de mis hombres era tan elevada que aguantaban la metralla impávidos». Sobre los mallorquines en Aragón, afirmó: «Bravos, disciplinados y fieles. Siempre estuve muy contento con ellos. Vivancos y Prats son hoy tenientes ascendidos en campaña. Su actuación, en general, ha sido siempre inmejorable». Se refería a Antonio Prats Costa, amigo de Vivancos y destacado militante del PCE mallorquín. Ambos habían sido heridos de bala en octubre de 1936 y todavía confiaban en tomar Huesca: «Deseamos que nos conviertan en un batallón de choque.

Pondremos alto, muy alto, el nombre para nosotros sagrado de Stalin», declararon al periodista.
Casi un año después, seguían en Aragón, pero en el sector sur, defendiendo la recién conquistada ciudad de Teruel. La misión era suicida. Los sublevados tenían 11 divisiones y los republicanos solo tres. La llamada Batalla de Alfambra fue una victoria aplastante para los sublevados. Unos 15.000 republicanos cayeron muertos o heridos y Teruel pasó ya definitivamente a manos de Franco. Otros mallorquines desconocidos morirían después en la Batalla del Ebro.