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Siempre igual. Tenemos demasiados dirigentes innecesarios, con demasiado tiempo libre, y así, mientras algunos intentan tender puentes, o eso dicen, a base de palabrería y trastos viejos, otros los rompen. Puente que ven, puente que vuelan, ya que en caso contrario serían considerados débiles, flojeras y hasta traidores. Es la guerra, y en las guerras, como sabe todo el mundo por las pelis, los puentes son objetivos prioritarios. Hay brigadas de artilleros especializados en puentes, con apoyo de unidades de zapadores y dinamiteros mediáticos, que se ríen de quienes invocan la necesidad de tender puentes, y lamentan amargamente su destrucción, insistiendo en que sin puentes la política es imposible. Pero nada, no hay manera. Este año, pródigo en puentes rotos, acaban de cargarse incluso el de la Constitución, el más largo y robusto desde el famoso puente sobre el río Kwai, que debería empezar hoy y se ha quedado en nada. Una birria de puente. Pero a quién se le ocurre poner la fiesta de la Inmaculada Concepción en domingo, por favor. ¡Y el Día de la Constitución en viernes! Han derribado el segundo pilar, fundamental. Y claro, a la mierda el puente que tan feliz hacía a nuestro sector hotelero, clave para la economía del país y que este año verá disminuir las pernoctaciones. Como nos temíamos por el ardor jurídico que marca a diario la actualidad, aquí ya no se respeta ni la Constitución. Ni el lujoso puente al que da nombre, gloria de la patria. Me dirán que el calendario es el calendario, y las conmemoraciones festivas caen cuando caen, sobre todo si son religiosas. Excusas. Pretextos para seguir rompiendo puentes. ¿Es que nos hemos vuelto locos? ¿Para qué sirve una Constitución sin puentes que faciliten los desplazamientos, los avituallamientos y el tráfico de ideas y mercancías? ¡Y las pernoctaciones! Ni pernoctar vamos a poder. Aceptamos, qué remedio, que en toda fiesta debe haber aguafiestas, y muy pomposos, al igual que todo Gobierno tiene que tener oposición. ¡Pero el puente de la Inmaculada Constitución…! Eso ya es llevar la democracia demasiado lejos, dijo el periodista de El hombre que mató a Liberty Valance cuando en elecciones le cerraron el bar.