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De las diez cuentas corrientes a su nombre, Begoña Gómez sólo tiene 40 euros de saldo, en una de ellas. Sabiendo que la banca cobra una media de 240 euros anuales de mantenimiento por cuenta corriente esta pobre mujer tiene que pagar unos 2.880 euros al año por sus diez cuentas corrientes abiertas a su nombre. Los fascistas de guardia enseguida deducirían que la señora está loca, pero quienes sólo somos fachas bajo sospecha entendemos que, quizás, esto se debe al inusual optimismo de esta ciudadana, a su confianza en España, puede que a su patriotismo.

No nos extraña que en aquella amenaza de los cinco días de reflexión de su marido, quien nos anunció que igual se marchaba a su casa y nos dejaba abandonados, el consejo de Begoña influyera poderosamente, porque es seguro que con el pragmatismo femenino, que siempre ha salvaguardado a la especie, le haría observar que con los 46 euros de ella, tampoco tenían para marcharse tirando cohetes, y eso que la pensión vitalicia de un expresidente es de casi 75.000 euros anuales. También disfrutan de escoltas, personal de oficina, viajes, etcétera, todo ello legislado en tiempos de Felipe González, pero ni incluye pensión alimenticia, ni pago del mantenimiento de las cuentas corrientes a nombre de la esposa del expresidente.

Es probable que algunos se pregunten que no es usual, entre la ciudadanía española, abrir una decena de cuentas corrientes, pero también hay personas que sienten un irresistible entusiasmo hacia la papiroflexia, la taxidermia de reptiles o las colecciones filatélicas, y, aunque son minoría, eso no les convierte en sospechosos, ni en objeto de discriminación.

De todas formas, entiendo que una mujer progresista, ante ese escaso patrimonio personal, después de un currículo, que no conocemos al detalle, pero que presumimos nutrido y brillante, se postulara para catedrática, «al borde de un ataque de nervios», por emplear el título de un cineasta, progresista, y luchador permanente para acabar con la derechona.