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Todos los sistemas electorales tienen sus bondades, sus maldades y sus extravagancias. El presidente de la República francesa (elegido por sufragio universal directo) tiene la potestad exclusiva de la designación de un primer ministro, que no se somete a un voto de investidura.

Tras la victoria de la Reagrupación Nacional de Le Pen en las elecciones europeas del 9 de junio, Macron inexplicablemente convocó elecciones anticipadas el 7 de julio en las que los partidos centristas se hundieron. No se deben anticipar las elecciones para perderlas. El pasado día 4 la moción de censura presentada por el nuevo Frente Popular de izquierdas contó también con el apoyo inverosímil de la extrema derecha de Le Pen y cayó el Gobierno de Barnier. ¿Cómo gestionar esta alianza contra natura de los extremistas?

En el sistema electoral de EEUU, prácticamente el mismo desde la época de las diligencias a caballo, es un colegio de delegados quien elige al presidente, pero no el Senado y el Congreso (voto popular separado). Con un solo voto de más en un estado, el candidato se lleva todos los delegados de ese estado.

Ninguna importancia tiene que el candidato elegido tenga menos votos populares que el candidato derrotado. Ese fue el caso en 2016, cuando Trump ganó claramente en el número de delegados, pero tuvo 2,8 millones menos de votos que Hillary Clinton.

En España, el presidente del Gobierno lo elige el Congreso de los Diputados y no tiene porque ser el líder del partido más votado ni el que más escaños tenga en la Cámara como es el caso actualmente. Puede gobernar si obtiene las alianzas necesarias. Pedro Sánchez accedió a la presidencia del Gobierno por vez primera mediante una moción de censura con el apoyo de partidos enfrentados entre sí.

Nuestra ley electoral en lo esencial, proviene del Real Decreto de 1977 aprobado a toda prisa para las elecciones de aquel 15 de junio. Otros tiempos, otras necesidades.

No es lógico ahora que Junts, que a escala nacional obtuvo solo un 1,6 % de los votos, tenga la llave de las decisiones del Gobierno.

El Gobierno actual es muy ‘tramposo’ porque no está gobernando para la totalidad del país sino para la suma de los intereses exclusivamente parciales y nacionalistas de varios partidos como puede ser la ley de amnistía, el concierto catalán y otras prebendas.

No existe una mayoría debidamente cohesionada para gobernar con estabilidad, pero como tampoco hay una mayoría alternativa para ganar una moción de censura, vivimos una situación insostenible. Solo una reforma de la ley electoral podría abrir las puertas a otras oportunidades, pero precisa del acuerdo del PSOE y del PP y esto ahora es inimaginable. No deberíamos conformarnos.