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Yo soy optimista: creo que los diseñadores de la inteligencia artificial para coches lograrán configurar correctamente los parámetros de calles como el Borne para que cuando salgan al mercado los coches autónomos, sin conductor, puedan circular por Palma. Porque a primera vista el asunto está complicado. «Es atípico», diríamos. La máquina, siguiendo los patrones de otras calles similares, piensa que los coches al llegar a la plaza de la Reina van a circular por cada uno de los dos lados del paseo, hasta la plaza de las Tortugas. Pero este no es nuestro caso: concentramos todo el tráfico en un lado para peatonizar el otro. Insólito, no habitual, pero probablemente la inteligencia artificial pueda entenderlo.

Incluso hasta puede que, si se le dedica tiempo, se llegue a diseñar una solución para el marasmo que es la plaza de las Tortugas, donde nada es comprensible. El obelisco tiene carriles a ambos lados, pero de uno de los lados no se puede circular y encima las paradas de bus están ubicadas sin lógica alguna. Los humanos somos capaces de entender que aquí ‘som així’, que más o menos hay que ir por ahí, que el guardia va a ser comprensivo, pero con la inteligencia artificial las cosas son distintas porque es matemáticas.

Lo del acceso a Ikea, en el Camí Fondo ya es otra cuestión. Habrá que hablar con la propiedad de Google, llamar a Tesla, entrevistarse con los ingenieros, porque eso va a costar más: que un carril de vía pública vaya exclusivamente a un comercio privado no ocurre en ningún lugar del mundo. Porque el carril que va desde General Riera a Iberostar y a Fronda tiene el pase de que es evitable; el de Ikea es demencial: una vía pública que aísla al coche y lo lleva a un comercio, sin escapatoria. No, esto es un desafío que va a exigir visitas, análisis, estudios y no sé yo si acabará con éxito.

Ahora bien, lo que sí aseguro es que la plaza de las Columnas va a impedir definitivamente que algún día los americanos logren un coche inteligente que funcione en toda España. Porque no existe inteligencia en el mundo capaz de entender esto. Por supuesto, no me refiero a que la plaza se llame García Orell pero que todo el mundo la conozca por otro nombre; eso ocurre en muchos lugares y para Google es rutina menor; me refiero a la ordenación del tráfico, pensada porque ‘som així’.

La plaza es una rotonda. O sea, redonda. Normalmente en las rotondas se circula alrededor: entrada desde todas las calles que convergen, salida hacia todas las calles que divergen; en el sentido contrario a las agujas del reloj en los países en los que conducimos por la derecha, en el opuesto en Inglaterra y seguidores. Pero eso lo habría entendido incluso un sistema ‘analfabeto’. Nosotros lo hacemos más complicado porque a lo largo del círculo de la plaza de las Columnas cubrimos todas las posibilidades concebibles. A saber:

a) Tramos peatonales en los que no se puede circular –desde Uetam a Joan Alcover, enlazando con la Nuredunna remozada–.

b) Tramos en los que se circula exclusivamente en el sentido de las agujas del reloj –desde Francesc Manuel de los Herreros a Joan Alcover–.

c) Tramos exclusivamente en contra del sentido de las agujas del reloj –desde Nicolau de Pacs a Uetam– y,   

d) También hay un tramo en el que hay doble carril y se puede ir en ambos sentidos –desde Nicolau de Pacs a Francesc Manuel de los Herreros– pese al formato en curva de la calzada.

Nada comparable en el mundo. Nunca antes jamás el ser humano ideó algo así de enrevesado. De hecho no se ha pintado la calzada porque nadie sabría cómo hacerlo. Hasta la rotonda del Arco del Triunfo en París, que aparentemente es un caos, tiene un patrón, que siempre se circula en el mismo sentido, aunque todos se crucen con todos. En Mumbai, donde el funcionamiento del tráfico es selvático, tampoco conocen nada así. La policía local de Palma huye del lugar: ¿cómo puede explicarle uno a un conductor sancionado lo que ni uno mismo entiende?

Hoy, ahora, si usted busca en Google maps, comprobará que el sistema no entiende cómo funciona la plaza de las Columnas y señala el tráfico sólo en un sentido. La policía local, si pudiera, debería multar a los americanos porque engañan al conductor, porque no han entendido nada y no conciben la circulación como nuestras eminencias municipales.

Ahora el lío queda en manos de Google, Tesla y toda la informática americana: a ver si son capaces de arreglar este desafío o si, como me temo, tendrán que crear algún mecanismo para que los coches inteligentes se desactiven en Nicolau de Pacs o en Pedro Garau, y admitir que el Ayuntamiento de Palma ha superado la pretensión de los yankees de entenderlo todo.