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La escandalosa vida de Julie d’Aubigny empezó en París en 1670. Creció en la corte de Versalles, merced al privilegiado trabajo de su padre, y desde niña quedó claro que no se trataba de una chiquilla normal. Estudió música, literatura y gramática, pero lo que de verdad le gustaba era la esgrima y las peleas barriobajeras. Como espadachina, no tenía rival y ya de joven comenzó una carrera lujuriosa que la llevó a costarse con casi medio París. Hombres y mujeres, sin distinción. Se casó varias veces, sin suerte y tanto le daba actuar elegantemente en una ópera como, a la salida, acabar a mamporrazos en una tasca infecta. Los duelos con espada eran su perdición y las crónicas de la época cuentan que envió al más allá a una decena de rivales. De hecho, en dos ocasiones fue condenada a muerte por duelos a muerte ilegales, pero Julie, conocida como mademoiselle de Maupin, tenía más vidas que un gato y siempre caía de pie. Vestía como un hombre, pero no escondía su bisexualidad. En realidad, ese aspecto era un imán para sus amoríos. Se enamoró perdidamente de Cecilia Bortigali y su familia, escandalizada, metió a la joven en el convento de Aviñón, pensando que de esta manera estaría a salvo de la libidinosa espadachina. Graso error. Julie, que nunca se daba por vencida, se las apañó para hacerse pasar por novicia e ingresó en el convento. Buscó a su amante y trazó un plan para sacarla de allí: desenterró a una religiosa fallecida recientemente, la colocó en la cama de su amada, y provocó un incendio, para hacerla pasar por muerta. Luego huyeron. Con faldas y a lo loco.