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Cuando uno se mueve en una sociedad democrática, plural, tolerante y respetuosa no puede menos que asombrarse ante el bochornoso espectáculo que han dado estos días un grupito de ultras defendiendo lo indefendible en unas jornadas celebradas en el Senado de toda la nación. A la cabeza del despropósito el que fuera ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, que no ha podido cubrirse más de mierda. Hay quien, por sus creencias o por su ideología, está en contra del derecho al aborto. Y a mí me parece genial. Le recomendaría que nunca abortara, fuera cual fuera su situación. Quien está en contra del divorcio y por eso mismo le diré que es estupendo que su matrimonio dure intacto hasta que la muerte les separe, sean cuales sean las circunstancias por las que atraviese. Quien aborrece la idea de la eutanasia y a esos les digo que soporten el dolor, la indignidad y cualquier otro sufrimiento que su dios les quiera enviar en las últimas horas de su existencia. Imagino que tampoco tragan con la homosexualidad, no digamos con la transexualidad. Perfecto, que no se enamoren nunca de personas del mismo sexo. Todo eso es perfectamente respetable y hay que tolerarlo. Faltaría más. Lo que resulta intolerable es que esta gente pretenda someternos a todos a sus coordenadas. Si fueran ciudadanos como somos los demás, que nos guiamos por el respeto, la tolerancia, la pluralidad y la democracia, aceptarían sin críticas que yo aborte cuando lo considere necesario, que recurra a la eutanasia cuando la agonía me resulte insoportable, que mantenga mis amistades que aman a personas del mismo sexo y que, si algún día me caso, pueda encontrar en el divorcio una salida digna a algo que puede convertirse en un infierno.