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Ha vuelto a suceder. Otra vez. De nuevo en vísperas de las fiestas de Navidad. No sé quién dijo que equivocarse es el paso previo a acertar. No es mi caso. En el mío equivocarme es el paso previo a una pifiada aún mayor. ¿Qué ha pasado? Me he cargado con unos kilos de más. Y eso que este año la estrategia era perfecta. En septiembre me conjuré para bajar de peso y llegar a fin de año sin tener miramientos en la mesa por estas fechas. El plan era ese. La táctica era sencilla: Menos bajadas a la máquina del periódico a por galletas, menos desayunos con napolitanas y anular las cenas que no fueran necesarias. La otra mañana, tres meses y medio después del día cero subí a la balanza, una digital que anda por casa. El resultado fue desastroso: Dos kilos de más. Primera reacción, lógica y humana por otra parte. «El chisme este no va». Decido cambiar las pilas, variar la posición del artilugio. Serenarme. Vuelvo a subir. Resultado: Dos kilos y cien gramos más. Del desastre al caos. Determino no volver a ponerme encima del aparato diabólico que lo único que hace es minar la moral de las personas. Si subo otra vez y se mantiene esta vorágine puedo llegar a romper los dígitos. ¿Qué ha podido pasar? Analizo el plan y la estrategia y me pongo a buscar culpables. Yo soy inocente. Eso de entrada. La culpa es de la Champions y del partido de los viernes por la tele. Eso fue lo que desbarató la estrategia. El verso suelto. Lo único que no tenía previsto. Eso fue lo que rompió la ecuación porque por lo demás fui escrupuloso. La culpa es de Tebas con tantos días de fútbol. Maldito calendario. Los jugadores se lesionan y yo subo de peso. Siempre que empiezo un régimen hay algo externo que me impide seguirlo. El año que viene en el plan incluiré retirar la tele y seguir el fútbol por la radio. Ahora ya no llego a tiempo. Como cada año.