Cuando el pueblo ruge subyace la lucha por la supervivencia o la búsqueda de un mayor bienestar. Y cuando calla, en el silencio amargo sólo se oyen los chasquidos de los dientes enrabietados por la impotencia ante los sucesos que van aconteciendo.
Si todo tiene un principio y un fin, también lo tiene la paciencia, la complacencia, y la solidaridad mundana. Llegado a un punto, en función de la temperatura social, suelen estallar: la forma menos agresiva se traduce en manifestaciones, huelgas o mayor economía sumergida; y la cara más agresiva en turbulencia en las calles, revolución, enfrentamiento y conflictos.
La historia está llena de estos episodios: los romanos, a imagen de sus antecesores, cayeron en esta trampa, así como lo hicieron los visigodos, los árabes, los reyes medievales, llegando más recientemente a las Germanies, cuya represión fue tan atroz que el poder establecido mantuvo a ‘raya’ toda insurgencia hasta tiempos más venideros en los que el encadenamiento de otra índole de conflictos fueron eclipsando la vida socioeconómica balear. Finalizados los últimos conflictos a mediados de siglo XX, pronto llega el boom turístico como nuevo elemento polarizador para los bolsillos del pueblo.
Durante décadas el crecimiento turístico lideró el crecimiento socioeconómico en Baleares por lo que las aguas se mantuvieron en calma. Sin embargo, la competitividad de Baleares empezó a caer desde la década de los 90 y así se mantiene hasta nuestros días.
Baleares ya no es el territorio más rico de España, ni en el que se vive mejor. Al menos esto es así para la gente de a pie a quién preguntada por el equilibrio entre lo que paga en impuestos y lo que recibe a cambio sufre un fuerte varapalo: un 78,61 % de los residentes de Mallorca, según un estudio de Homo Turisticus, piden por un equilibrio entre ambas cuestiones. De esta forma, la gente no está percibiendo que sus impuestos les estén reportando el bienestar que se supone que debe soportar la justificación de los mismos.
Las implicaciones de esta situación están estallando por todos lados: el gremio de la construcción quejándose que hay miles de albañiles en el paro pero que prefieren vivir del subsidio que no levantarse para ir a trabajar. Personal de la administración con responsabilidad media y alta en sanidad o fuerzas de seguridad que está quemado por el desequilibrio de la responsabilidad de su labor en relación a lo que le queda a final de mes. El sector turístico que va viendo mermadas sus bases laborales, sufre una insaciable rotación, y cada vez aumentan los cierres prematuros de temporada por falta de efectivos. O la última estocada que recibirán los autónomos a partir del mes de enero con los habituales ajustes en su base de cotización, la contraproducente subida de cuotas, y en el nuevo sistema de cotización.
¿Cuál es uno de los principales comunes denominadores en todos ellos? Los impuestos que van ahogando, desincentivando, desmotivando y, en definitiva, haciendo que trabajadores por cuenta propia o ajena estén dando signos de agotamiento.
Naturalmente hay que poner la presión fiscal sobre el pueblo en el contexto de una inflación galopante, de un aumento de precios especialmente importante en Baleares, de la dificultad de acceso a la vivienda, y de una mayor valoración del ocio (cuya amplitud incluye el turismo) frente a la ocupación. Mezclado en la coctelera junto a unos injustos impuestos percibidos por el pueblo, puede resultar en un coctel de cuyo apellido ruso mejor no acordarse.
Una de las medidas para suavizar y contrapesar lo que está aconteciendo sería atacar el porcentual del IVA justificado en el aislamiento geográfico y la especial situación socioeconómica de Baleares. En este sentido, la misma investigación llevada a cabo por Homo Turisticus también preguntó sobre la aceptación de un IVA reducido a imagen del de Canarias; un clamoroso 86,90 % estaría a favor.
Datos reveladores para quién corresponda: «El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13:9).
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