En una ocasión me apunté en la oferta de formación para los trabajadores a un curso para aprender las competencias de un community manager. Después de dedicarle varias semanas terminé cargada de frustración y con la sensación clara de haber sido estafada. No porque el curso fuera una mierda, sino porque estaba unos diez años desfasado. En sus páginas la red social más moderna que aparecía era Facebook, mientras no había ni rastro de Instagram, Twitter o Tik Tok. Así que, de hecho, a pesar de invertir en ello interés y muchas horas, aprendí prácticamente nada útil. He recordado eso al leer en la prensa que el empresario Amancio Ortega ha donado a la sanidad pública diez máquinas punteras de prontoterapia, un sistema para atacar el cáncer más preciso que la radioterapia, y que cuestan cada una de ellas unos 28 millones de euros. Un regalazo en toda regla. El problema es que no hay nadie capaz de manejarlas porque la formación para tecnología tan avanzada no existe en los planes de estudio oficiales, que se han quedado tan obsoletos como mi pequeño curso de redes sociales. La formación para los profesionales de ese ramo se quedó estancada en 1997, ¿se imaginan? Hace casi treinta años, cuando la tecnología estaba en la prehistoria. El mundo de los avances científicos se regenera cada seis meses, no se puede parar. Eso es lo que describe a un país atrasado, la falta de iniciativa, de inversión, de capacitación. Ya que apenas somos capaces de generar tecnología propia y patentes, al menos deberíamos darlo todo en aprender de los que sí lo hacen. Pero, ay, eso cuesta dinero. Mucho. Y racanear en esos capítulos no solo nos pone en desventaja respecto a los que van en cabeza, sino que cuesta vidas humanas.
Prontoterapia
21/12/24 4:00
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