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La Lotería de Navidad reparte esta mañana dos mil millones de euros en premios. Pura tradición. Niños de San Ildefonso cantando e imágenes de gente contenta, aunque ahora la mayoría de números se compren en digital y como es domingo se juntará poca gente para mojarse en champán. Ojo, que con el Gordo ahora mismo no da para cambiar de vida, que se supone es el objetivo del premio. Apenas para remendar la hipoteca. Mejorar bastante la existencia sí, pero los 400.000 euros que tocan como máximo son insuficientes para un cambio radical. Va a haber que madrugar casi lo mismo. Aunque la promesa se haya rebajado, se han adquirido en décimos unos 3.000 millones este año. Algo más. En dinero, para las arcas estatales la diferencia entre los ingresado y lo pagado en premios viene a ser lo mismo que el impuesto sobre la electricidad que ahora se discute en el Congreso. Quizá un poco más este segundo en el que andan enzarzadas todas las formaciones políticas.

El Gobierno y sus socios rebuscan una mayoría suficiente para mantenerla, mientras el PP y el resto de la oposición han encontrado el apoyo de los nacionalistas conservadores para intentar derribarlo. Pues eso mismo que da tanto lío es lo que se recauda con un sorteo al año basado en una publicidad engañosa. El personal reacio a pagar impuestos durante todo el año hace cola en determinadas administraciones de Lotería por tradición, superstición o por si acaso. El mayor acicate es el temor de no tener el boleto premiado en el caso de que haya estado a disposición de un grupo cercano. No se compra el número del trabajo para que toque sino por si acaso toca. Puro Mary Poppins, con un poco de azúcar, esa píldora que dan pasa mejor. Lo racional sería creer en los impuestos. Como no funciona así, la lotería son los Reyes Magos de los adultos