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A punto de comenzar el año durante el que el Gobierno de Pedro Sánchez va a desarrollar más de un centenar de actos con Franco en el centro del escenario, cobra mayor valor el discurso de Nochebuena del Rey, sus demandas de serenidad en el debate político y la defensa ultranza del bien común que debe reflejarse «en cualquier discurso o cualquier decisión política».

Mientras el rey Felipe habla de la concordia que hizo posible «el gran pacto de convivencia» del que resultó la Constitución, el Gobierno prepara una kermés con olor de naftalina. La evocación del fallecimiento de Franco, tras una larga y penosa enfermedad, ha de resultar chocante para quienes, por razones de edad como el propio Pedro Sánchez, la figura del dictador sea apenas una referencia en las últimas lecciones del programa escolar de historia, las que habitualmente se quedan sin tiempo para verlas con detenimiento en las clases. Entre celebrar la entronización del Rey, cuarenta y ocho horas después de la muerte de Franco, o poner el foco en la desaparición del dictador, el sanchismo acentúa este segundo acontecimiento en tanto en cuanto coadyuva a su estrategia de asociar el centro derecha a la ultraderecha y, por ende, al franquismo. A ochenta y cinco años del final de la Guerra Civil y a cincuenta de la muerte de Franco, este 2025 a punto de comenzar, son los comodines del sanchismo para introducir en el debate público cada vez que vienen mal dadas, lo que sucede con una frecuencia cada vez mayor. Y cuando el franquismo ya ni despierta curiosidad se echa mano del victimismo: el Gobierno y el sanchismo son el objetivo de una conspiración fundamentada en el bulo.

Todo aquello que no conviene a Pedro Sánchez es un bulo: desde sus compromisos a no pactar con Podemos y mucho menos con Bildu; traer al prófugo Puigdemont ante la Justicia; jamás amnistiar a otros políticos; o no pactar, nunca, con la ultraderecha (en Europa, por colocar a su exministra); al apoyo cerrado a ‘su’ fiscal general del Estado, investigado por el Tribunal Supremo, o el acoso indisimulado a los jueces que osan poner en apuros a su entorno familiar más próximo por razones de carácter económico sin explicar. Para el sanchismo, los negocios dentro y fuera del partido de Ábalos, Koldo, Aldama y otros forman parte de la misma descalificación como patrañas.

Las reacciones al discurso real retratan a los partidos. La extrema izquierda, Sumar y Podemos, y los independentistas, socios del Gobierno de Pedro Sánchez, no se salen de su guion y se muestran feroces contra el Monarca. Y PP y PSOE, como si el ruido «atronador» de la contienda política no fuera con ellos. «No podemos estar más de acuerdo», ha llegado a decir oficialmente el sanchismo, con las palabras de Felipe VI al entender que «la vida política debe estar marcada por la serenidad». En sus redes sociales el partido de Sánchez concretaba que «el consenso debe ser el camino para dedicar todos nuestros esfuerzos al bienestar de los ciudadanos y ciudadanas de España». Qué distinto podría ser todo si de verdad se lo aplicaran y actuaran en consecuencia. Pero consideran más rentable políticamente el mantenimiento de unos elevados niveles de crispación, la negación, en definitiva, del espacio compartido reclamado por el Rey.