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Por lo que parece, los neandertales no tenían tan interiorizada esta forma de vivir. El sapiens la introdujo en todos los elementos de la vida. Las civilizaciones, cuanto más evolucionadas, más hipócritas. Hasta el argot de las religiones la han normalizado de dos maneras. Una es la liturgia y la otra, el gran invento de las mentiras piadosas. La hipocresía es la síntesis de la mentira y la apariencia. Hay abundante literatura sobre ella. Proverbios como: «A los justos les guía la integridad, a los falsos les destruye la hipocresía». En la Biblia, los encontramos con el relato de Jesucristo y su enfado con los fariseos. Podemos encontrar libros interesantes. Recuerdo a Slavoj Zizek; con su cinismo inteligente infiere que la apariencia hace la realidad más soportable. Molière en Le Tartuffe describía de forma magistral al hipócrita. El protagonista era un genio de la apariencia que le servía para ganarse los parabienes de sus acompañantes. Góngora la descifró en su fina forma de análisis. Vivimos inmersos en ella.

Desde que nacemos, nos acostumbramos a convivir con su farsa. Los primeros piropos a nuestras madres de los maliciosos y aduladores. La liturgia del bautismo y hasta de nuestros funerales siempre está trufada con su aroma. Pero se convierte en abominable si sirve para engañar a los débiles, para abusar de los desesperados, para endeudar a los humildes, para engañar en la ternura y grandeza del amor. Levantar el cuerpo de Cristo ante fieles creyentes cuando hace horas se ha abusado de un niño. Decir a los súbditos que hay que ser íntegros cuando en realidad quien lo dice es un depredador sexual. Cuando un jefe de Gobierno se pavonea de que con él el país va como un cañón, cuando tiene una tasa de pobreza muy superior los países de su nivel. Cuando una ideología presume de ir contra las guerras y defiende un aumento descomunal en la compra de armamento en detrimento de gasto en sanidad y educación. Cuando se autoerigen como predicadores de la justicia social mientras se practica el nepotismo con esposa y hermano. O cuando se predica el eslogan de que «Hacienda somos todos», mientras ellos defraudan con mangoneos hasta terminar en la cárcel. Esta es la hipocresía abyecta, la cruel y vil esencia del mal. La que les pone a la altura de lo maléfico. La nausea que me provocan los sujetos que la practican es tan profunda que no soy capaz de describirla. Pero la vida siempre te regala la contraportada. La ingenuidad de los ricos de espíritu. La sonrisa de un niño. Sentir la mano de un abuelo con aquella ternura sincera. El abrazo de un amigo del alma. La compañía del silencio. La belleza de la armonía de la naturaleza. El balanceo de un barquito en nuestra isla paradisíaca. Terminemos el año y disfrutemos el que viene con este espíritu.