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Hace unos días fui a vacunarme contra la gripe. Cuando llegué al centro médico ya había un señor y una señora esperando al sanitario, saludé, me senté y pregunté por el orden de asistencia. Al poco, el señor, inquieto por el retraso e incómodo por el silencio, arrancó con una crítica a la Seguridad Social y terminó asegurando, ya exaltado, que lo que nos hacía falta era un Javier Milei; la señora no quiso quedarse atrás y empezó a farfullar sobre el trato de favor que le damos a los inmigrantes, farfulleo que culminó al decir que ya estaba bien eso de la comida halal en las escuelas para los niños marroquíes, que tenían que comer lo que comen todos los demás. Llegó al fin el sanitario, me llamó, entré y me preguntó que si gripe y covid; le contesté que no, que lo que quería era vacunarme contra la gripe y la rabia.

Si hay algo a destacar en el año que en unos días acaba, aparte, claro, del miserable comportamiento de la Unión Europea respecto al genocidio de los palestinos, o de la servidumbre que muestra ante los intereses estadounidenses, es la rabia incontenible de las derechas por no poder estar gobernando este país de rojos, separatistas y desviados de todo tipo. Se trata de una rabia que se va extendiendo a base de bulos y que ha infectado a todo el tejido social.

Y ahí tenemos al Rey, el Inviolable, pidiendo serenidad en su discurso navideño. Lo mejor del discurso real, dado que siempre orilla el meapilismo, es que no hace falta oírlo para poder analizarlo. O mejor, que no hace falta analizarlo porque nunca dice nada.