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El examen de conciencia se hacía antes de asomarse al sacramento de la reconciliación o de la penitencia o a la confesión. Consistía en rebobinar lo que habías hecho para pedir perdón por aquellas acciones realizadas que tu conciencia dictaba inadecuadas. San Ignacio lo aconsejaba a sus jesuitas como acto de contrición y arrepentimiento al terminar el día, la semana o el año, como es el caso que nos ocupa. Cada año, los medios de comunicación acostumbran a hacer balance de lo sucedido a lo largo de los últimos meses. Una mirada crepuscular a lo que ha pasado a modo de anuario informativo. Una manera de cerrar un ciclo y abrir otro con la esperanza de que lo nos espera sea mejor que lo que estamos a punto de dejar. Un recurso voluntario para provocar en la audiencia ese examen de conciencia de forma global, nacional, local y, en el mundo de la política, personal. Y es que la política y sus actores han vuelto a ser los protagonistas.

Desgraciadamente, los políticos cubren el mayor espacio en el resumen de lo que ha pasado en estos doce meses. Este año, además, han superado con creces el porcentaje de minutaje informativo. Un ochenta por ciento del resumen de las cincuenta y dos semanas se dedica a ellos. La corrupción política, la crispación social, la polarización ideológica cada vez más distanciada y enfrentada se han convertido en los principales problemas de nuestra sociedad.

Empiezo a pensar que los políticos son el origen de todos los males que estamos viviendo. Porque mientras ellos tienen problemas con la justicia, nosotros tenemos el problema de cómo quitárnoslos de encima. No estaría de más recuperar la fórmula del examen de conciencia para poder irnos a la cama con la esperanza de que el año que vamos a comenzar pueda ser mejor que el que dejamos.

¡Feliz año!