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Escaparse de la Isla en Navidades se ha convertido en una proeza que no está al alcance de los bolsillos de todo el mundo. No estamos hablando de realizar un viaje exprés para hacer turismo. Es algo tan sencillo como ir a ver a la familia por Nochebuena o comerse las uvas con los tuyos. Los precios del billete de avión están en niveles estratosféricos. Acudir a la comida de Navidad sale a un mínimo de 200 euros por cabeza y eso teniendo descuento de residente. Lo llaman la ley de la oferta y la demanda. Sin ese descuento de residente, saldría la broma a 3.000 euros por familia en estas fechas tan significativas. Si uno decide hacer el trayecto en dirección contraria, sin la rebaja de insularidad, sale al mismo precio. Una estafa.

Si además se hacen las comparaciones con destinos europeos, el desconcierto es mayúsculo. A los residentes baleares nos hacen un roto en el bolsillo si queremos ver a la familia. Si eres de Berlín o Gotemburgo, el desembolso es mucho menos doloroso. De ahí que sea tan habitual que ciudadanos europeos tengan una segunda, o tercera, residencia en la Isla. A solo dos horas de avión es posible disfrutar de unas Navidades en Mallorca, donde el clima es más amable. Pero esa amabilidad se torna en violencia económica si uno desea visitar la Península. Mallorca se ha convertido en una Isla solo apta para los presupuestos más holgados. La sensación de ahogo geográfico se incrementa cada vez más y cuando las aerolíneas advierten que en enero habrá menos asientos y que subirán los precios de los billetes en 2025, cunde la certeza de que quienes pagaremos la factura seremos nosotros. Como siempre, vamos.