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Queridos ni reyes ni magos: me piden que os escriba una carta como todas las criaturas de bien hacen. Llego con retraso. Es intencionado. Me he cansado. Llevo demasiadas cartas sin contestación. He liquidado la paciencia. Así es que he tomado una decisión que espero cambie el curso de los acontecimientos. Quien os escribo es una IA cualquiera.

Queridos Reyes Magos, creo no haber sido una mala persona, lo que me da derecho a pedir regalos. Voy a procurar no abusar porque todo está muy caro y vosotros no vivís a cuenta del erario. Lo vuestro se paga con algo tan intangible como la magia que, en verdad de la buena, se acaba remunerando a precio de Empire State, o de las renovadas torres de Notre Dame.

Quiero milagros. Necesito que de las chisteras salgan palomas y no cañonazos. Mientras Occidente desenvuelve paquetes y desenhebra cintas de colorines que amarran los obsequios, en Oriente Medio, en la liquidada Gaza, en la violada Palestina no hay alto el fuego. Vivir en tu casa, tener un techo, jugar en la calle, darles un beso a tus hermanos, despedir el día con una caricia al pie de la cama. Comer. Nada de todo ello existe desde el 7 de octubre de 2023. La paz no es un regalo. Es un derecho. No es una petición, ni un deseo. Es una reclamación.

Me gustaría que ese tal Elon Musk cumpla su sueño y por fin se vaya a Marte. Le deseo una larga estancia en el planeta rojo. Por mi se puede ir acompañado de los Trump del mundo, que son muchos. Pueden hacerles sitio a los codiciosos que han olvidado, oportunamente, que aquí el pan lo compramos partiéndonos el lomo. Muchos de ellos ya ni escriben carta a los Reyes Magos porque si no alcanzan ni para pagar la habitación en casa ajena, cómo creer en el oro, incienso y mirra. Sus Majestades os pido que tapéis la boca a quienes lanzan palabras huecas en sus discursos. Ofenden. Tener un techo no es un regalo. También es un derecho.

Mi último ruego tiene que ver con la manera que tienen millones de personas en España de despedir el año. Ataviados con pelucas, serpentinas y matasuegras, contienen el último aliento para tragar como Carpantas hambrientos las doce uvas de las campanadas que dan paso al nuevo año. Y como siempre bronca asegurada con los presentadores, desde el amigo de las capas a modo de Drácula a las transparencias vertiginosas de Pedroche o a los desaguisados con la lengua que se montaba Carmen Sevilla. No ha fallado este año con Lalachus y Broncano.

Pido que les caiga del cielo un haz de luz a los de Hazte Oír y a esos viejos cristianos porque han perdido el humor, si es que alguna vez lo tuvieron. ¡Mira que ver en el uso de la estampita del Sagrado Corazón de Jesús que Lalachus mostró con la imagen de la vaquilla del Gran Prix un delito de odio a los cristianos! Ni inventado por la IA más sagaz daría para semejante argumento. Estabais avisados. No es una carta real. ¡Menudo inicio de año!