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Han pasado ya casi tres años desde que empecé un curso A1 de Ataraxia Aplicada y que lo conté en un artículo. La verdad es que todavía no lo he terminado, pero me alegra poder decir que he progresado mucho (ahora ya me he matriculado en el B2), puesto que aprobarlo -con nota- es mi mayor deseo de año nuevo. Para refrescarles la memoria, diré que el estado de ataraxia es aquel que se caracteriza por la ausencia total de pasiones, deseos, ambiciones y proyectos vitales y, a la vez, por una imperturbabilidad y una serenidad total ante cualquier calamidad. Algunos piensan que es casi imposible de conseguir y que, además, no se trata de un valor positivo, sino que es síntoma de algún problema mental. No estoy de acuerdo, aunque es verdad que esta segunda fase entraña una dificultad mucho mayor. Dejémonos de síndromes y trastornos, que ya está bien… No todo lo malo que le pasa a la humanidad es debido a algún síndrome. En realidad no sé -no viene en ningún manual- qué es lo que hay que hacer exactamente para lograr esa impasibilidad que exige la ataraxia. Ni los estoicos ni los epicúreos ni los escépticos lo dejaron bien definido. Todos ellos la perseguían, pero no recuerdo que dijeran cómo se alcanzaba. Yo creo que puede que no haya que esforzarse demasiado, puesto que la vida ya nos acompaña por sendas tenebrosas que facilitan la empresa. Cuando, por ejemplo, en un corto espacio de tiempo se te van acumulando una buena serie de desgracias, probablemente llegue un momento en el que digas «me rindo» y que entonces, con mayor soltura de la que nunca hubieras podido imaginar, te salga un gesto de desdén capaz de sobrepasar la risa floja que te había salido unos segundos antes. Esto sí que es progresar. Ya lo creo. En fin, que me encantaría aprobar el B2. Y si puede ser, con nota.