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Parece todo el arco parlamentario una clase de Primaria que la acaba de liar gordísima. No he sido yo, no he sido yo. Temen más la ira de los jubilados que cualquier escolar al más severo jefe de estudios. El rechazo parlamentario al decreto en el que iba la actualización de las pensiones es como haber roto algo sagrado. Estropear cualquier otra cuestión entra dentro de una lógica en la que no hay muchas consecuencias. No se pueden repartir menores migrantes. No pasa nada. Hacer una política consensuada de vivienda es una utopía. Los jóvenes son volubles y ya se moverán por otras cosas. Un plan sereno para distribuir ayudas y ejecutar obras en Valencia, pues tampoco. Ahora bien, enfadar a doce millones de pensionistas es cosa grave. Ni perdonan ni se abstienen. De ahí la cara de susto transversal. Los que protagonizaron el voto negativo: PP, Vox y Junts casi ni cantan su victoria. Bueno, los terceros en discordia sí.

Los derrotados adoptan el gesto del mira lo que has hecho como si de ahí pudiera salir algo bueno o como si lo de montar decretos infinitos pudiera salir bien, a ver quién frena antes y nos chocamos, claro. Con todo ha sido un cruce de frontera, algo así como el botón rojo del misil nuclear. Si se aprieta, se asume que el daño propio será igual de devastador que el que sufrirá el enemigo. Y así es como está el patio, lo que no deja de ser sorprendente: se podría sospechar que una sociedad en la que la fuerza más amenazante son los pensionistas tendería a la quietud y a cierta calma. Resulta que no y resulta que tampoco eso una excepción española. Para medir la temperatura exacta queda aguardar a ver si se encuentra una solución y en unas semanas se aprueba una subida de pensiones. Sería el movimiento cabal. Ahora bien, alguien tiene que plegar velas de alguna manera. Si no lo consigue el miedo al pensionista, nada lo hará.