Contraer el virus constituye hoy en día un doble castigo para el que lo sufre: estás señalado y maltratado. Y encima, si cometes un error, como le pasó a mi padre en el hospital Son Llàtzer, lo pagas caro. Mi padre ingresó en dicho hospital a principios de agosto. Fue ingresado el lunes 9 como consecuencia del coronavirus. Estaba muy débil y estaba un poco desorientado por los síntomas que provoca el virus. Ya en su habitación, tuvo una necesidad imperiosa de ir al baño y salió al pasillo para buscar uno, ni siquiera pensó que habría un baño en su habitación. Como consecuencia de ese error, a mi padre, que fue tratado como un demente desde el primer día, ya que se tuvo que hacer sus necesidades encima porque no atendieron a su demanda, se le castigó y torturó toda la semana que estuvo por ese error cometido. Lo ataban cada día mientras estaba sentado en el sillón, con pañales sin necesitarlos, y también en la cama, donde le hacían adoptar una postura que más parecía de tortura que de dormir. Dicha postura consistía en estar acostado boca arriba, con las piernas y los brazos abiertos y atados, las cuales le dejaron marcas de lo fuerte que le ajustaban las correas. Esa postura le impedía contestar al teléfono, ya que no llegaba. A esa odisea, dicho por mi padre, hay que añadir que no había aire acondicionado por motivos de protocolo. Pero es que tampoco nos dejaron llevarle un ventilador. No me extraña que muchos prefieran pasarlo en casa con semejante trato en los hospitales.