La noche del lunes al martes fue la más larga en la intensa vida de
Sebastián Arbona Mayol. El anciano que mató a su esposa enferma de
Alzheimer y luego se suicidó porque no podía cuidarla, se pasó la
noche en vela y no se llegó a acostar junto a su esposa. Por la
mañana, desesperado, ejecutó su doloroso plan con una vieja pistola
de su época de sargento de Infantería de Marina.
Los investigadores han llegado a la conclusión de que Sebastián
Arbona pasó angustiosas horas, de madrugada, barruntando la idea de
acabar con la vida de su mujer y luego con la suya. En la cama sólo
estaba deshecha la parte de la mujer, lo que indica que el hotelero
retirado no llegó a acostarse. Hacía pocos días que un médico le
había diagnosticado un cáncer de pulmón incurable -paradojas de la
vida, curiosamente él no fumaba- y ese anuncio trastocó por
completo sus planes. Hasta hace poco se sentía fuerte para cuidar
de su mujer, que había entrado en la fase terminal del Alzheimer, y
saberse sentenciado a muerte sólo aceleró una idea que parece ser
que hacía tiempo que le rondaba por la cabeza: morir junto a
Antonia, su mujer desde hacía 58 años.
Por la mañana su esposa se levantó temprano y sobre las nueve se
sentó en la cocina a desayunar. Sebastián, que intervino en la
Guerra Civil, que compró un hotel en 1950 con el dinero que sacó en
la lotería y que dedicó toda su vida a su trabajo y su mujer, tomó
la decisión más difícil de sus 88 años de existencia. Acudió al
segundo dormitorio del piso de la calle Ovidio, sacó su pistola
reglamentaria -del nueve corto- y la cargó con siete proyectiles.
Luego regresó a la cocina y encañonó a su esposa desde un lado;
apretó dos veces el gatillo y las balas le impactaron en la
cabeza.
Lo peor, lo más difícil para él, ya estaba hecho. Ahora sólo
quedaba quitarse de en medio él y Sebastián no dudó: llamó por
teléfono al 092 y contó lo que acababa de hacer, añadiendo que él
iba a seguir la misma suerte. Con la misma sangre fría con que
llamó a la policía colgó el teléfono y allí, sólo en la cocina con
el cadáver de su mujer, se disparó por tres veces, con
sobrecogedora determinación.
Antonia Gelabert no podía quedarse ni un momento
sola
El estado de Antonia Gelabert había empeorado últimamente y
prácticamente no podía quedarse sola ni un momento. Entre sus
familiares, su marido y la asistenta del hogar la señora estaba
siempre atendida, según explicaron ayer sus vecinos y allegados. La
pistola de nueve milímetros del militar retirado llevaba más de
cincuenta años perfectamente escondida y parece ser que muy pocas
personas tenían conocimiento de su existencia. Fuentes de la
investigación informaron que «es habitual» que ciertos oficiales
jubilados hace décadas guarden todavía su arma reglamentaria,
aunque en los archivos de la policía o de la Guardia Civil no
consta.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.