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La búsqueda de víctimas continuó ayer entre los escombros del complejo petroquímico de Toulouse, destruido por una explosión que provocó al menos 26 muertes, mientras crece la polémica por la presencia de esa instalación, clasificada como muy peligrosa, a pocos cientos de metros de zonas habitadas. El alcalde de la ciudad, Philippe Douste-Blazy, señaló que de los 26 muertos contabilizados provisionalmente, 20 fallecieron cuando se encontraban en la fábrica AZF (propiedad de TotalFinaElf), y el resto en las proximidades, incluso uno de ellos era un estudiante que estaba en su instituto.

En torno a una veintena de personas, aunque los servicios de salvamento no se arriesgan a dar una cifra precisa, están desaparecidas y de los más de 2.200 que tuvieron que recibir atención médica tras la deflagración seguían hospitalizadas 658 ayer a mediodía, de las cuales 50 en estado grave. Entre estos últimos está el camionero español José Cruañes, que sufrió impactos de cascotes y cristales que le provocaron heridas, sobre todo en la cabeza, indicaron a EFE fuentes consulares.

Cruañes, que trabaja para una empresa de transporte de la localidad gerundense de Argelaguer, fue intervenido en el hospital de Rangueil de una fractura en el cráneo y los médicos señalaron que su estado es grave, aunque evoluciona favorablemente. Decenas de bomberos trabajaban un día después en las proximidades del lugar de la explosión, en donde se formó un cráter de diez metros de profundidad y cincuenta de diámetro. Centenares de personas cuyas viviendas resultaron dañadas por la deflagración, accidental según los primeros indicios, pasaron la noche en gimnasios y otros locales que fueron acondicionados para acogerles.