El padre de Miquel Àngel Valls sigue esperanzado en encontrar a su hijo. Foto: A.SEPÚLVEDA.

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«Mi hijo no se fue voluntariamente de casa, eso es lo único que tengo claro. Si está vivo o no, no puedo saberlo». Andreu Valls, padre del joven Miquel Àngel Valls Marqués, desaparecido en Palma desde 1998, es de la misma opinión que José Antonio Palao, progenitor de Gregorio Palao Cespedosa, otro joven del que no se tuvieron noticias durante tres años y luego apareció muerto «en circunstancias muy extrañas», según este hombre. Los padres de la tercera desaparecida, Ana Eva Guasch, que además conocía a los dos primeros, no lo tienen tan claro como las otras familias, pero son conscientes de que todos los datos recogidos indican que la profesora no tenía intención de marcharse.

Andreu Valls está prejubilado y el tiempo libre que tiene intenta invertirlo en averiguar el paradero de su hijo, que desapareció la víspera de Reyes de 1998. Su familia ha reconstruido sus últimos pasos con exactitud: se sabe que el joven, que estudiaba hostelería y realizaba la prestación social sustitutoria en Son Tugores, salió de su casa de la calle Pons i Gallarza a las 16.30 horas. Coincidió con una amiga en la Plaça d'Espanya, que le preguntó si le acompañaba a la cabalgata. «Mi hijo le contestó que no, que tenía dolor de cabeza y que quería irse a casa», contó Andreu.

Sin embargo, luego fue visto acompañado de dos jóvenes que no eran amigos suyos habituales y hasta las 19.00 horas no tomó el camino de vuelta a su piso, ya que una vecina y unos primos se cruzaron con él a 200 metros de la casa. ¿Qué le pudo pasar a Miquel Àngel para que no llegara a subir al ascensor? Esta incógnita ha torturado a sus padres desde aquel fatídico 5 de enero y de las indagaciones desesperadas que han hecho han descubierto que el joven, poco antes de aquellos acontecimientos, acudió a un bar próximo a la Plaça del Tub con dos desconocidos, que perfectamente podrían ser los mismos con los que fue visto cerca de las vías del tren la víspera de Reyes.

Otro dato alarmante aportado por la familia es el que hace referencia a un individuo que conocía a Miquel Àngel por un negocio que tuvo cerca de la casa de Pons i Gallarza. Ese hombre esperó un domingo a que el joven acudiera a misa en la Encarnación y cuando le abordó fue para ofrecerle un turbio asunto relacionado con la homosexualidad. Cuando el sujeto se marchó, un primo de Miquel Àngel le preguntó de qué habían estado hablando y el desaparecido le explicó la breve conversación. La policía investigó esta línea, pero el sospechoso negó aquella charla y la hipótesis se agotó. Con todo, Andreu opina que su hijo, por su carácter introvertido y su personalidad influenciable, pudo haber sido captado por una secta.

José Antonio Palao, padre de Gregorio, también investigó angustiosamente la desaparición de su hijo en 1994, pero cuando apareció muerto en 1997 y su esposa murió «me quedé sin fuerzas, y he dejado de pensar sobre lo que pasó porque ya no puedo más». No obstante, el hombre tiene claro que «Gregorio no se suicidó ni se cayó en aquella montaña de Santa María; a él lo mataron». «El día antes cenamos juntos y no estaba raro ni deprimido. Al día siguiente salió a comprar un regalo de Navidad para su hermano y ya no volvió nunca más. Un suicida no actúa de esta manera», añadió. La familia investigó «a una secta que nos dijeron que está cerca de la calle San Miguel, pero nada, no sacamos nada en claro», lamentó.

Los padres de Ana Eva son los que tienen las ideas más confusas, sobre todo porque su desaparición es reciente y todavía no se han podido hacer una composición exacta de los hechos y todavía están bajo los efectos del shock. Sin embargo, sus allegados son conscientes de que la filóloga no se llevó dinero, ni ropa, ni su coche y todo indica que su desaparición no fue voluntaria.

La coincidencia del instituto añade más incertidumbre a los tres casos
Hasta ahora los casos de Gregorio, Miquel Àngel y Ana Eva eran tres desapariciones sin conexión, pero una vez que se ha constatado que los tres jóvenes fueron al mismo instituto de Palma y que se conocían entre ellos el asunto adquiere otras dimensiones. El Grupo de Homicidios del Cuerpo Nacional de Policía ya está trabajando en esta coincidencia, aunque desde el centro docente y desde fuentes policiales se asegura que se trata de sólo eso, una mera y trágica coincidencia. Los tres jóvenes vivían en la misma barriada de Palma y desaparecieron cuando tenían 20 años (Gregorio y Miquel Àngel) y 27 Ana Eva. Sus perfiles eran muy distintos: la filóloga era la más responsable, Valls el más introvertido y Palao el más aventurero.