El Tribunal Superior de Justicia de Balears reconoce en una
sentencia que los mandos de la base naval de Maó sometieron a unos
suboficiales a medias «laborales vejatorias». Los jueces han
reconocido que el proceso depresivo que sufren dos suboficiales de
la Armada fue como consecuencia de la presión psicológica a la que
fueron sometidos por sus superiores. La sentencia rectifica una
decisión del tribunal médico de la Armada, que consideró que los
suboficiales no estaban en condiciones de continuar en el servicio,
pero rechazaban que esta enfermedad estuviera relacionada con el
trabajo.
La sentencia no supone la readmisión de los militares, pero a
nivel económico es importante. Los suboficiales se retiran del
servicio como si hubieran sufrido un accidente en acto de servicio,
por lo que la paga es mucho más importante. Los hechos se remontan
al año 1994. A la base naval de Maó fue trasladado el barco La
belle poule, utilizado por los etarras que querían matar al Rey
para desplazarse hasta Mallorca. El traslado del barco a Maó fue
ordenado por el juez Garzón. Meses después se denunció en la prensa
que los mandos de la base militar habían ordenado a sus
subordinados que rompieran el precinto del barco y cogieran los
elementos más importantes.
Los mandos de esta base, tras estas informaciones, iniciaron una
auténtica «caza de brujas» contra los subordinados que ellos creían
que habían filtrado esta noticias a la prensa. Dos de ellos, un
sargento y un subteniente, fueron de los más afectados. Estos
marinos, con más de 25 años de servicio con una trayectoria
intachable, fueron degradados. A uno de ellos, por ejemplo, le
situaron en una mesa frente al puerto de Maó y le obligaban a
permanecer sentado sin moverse durante ocho horas. Si se movía era
expedientado. A otro suboficial le enviaban de guardia a una
dependencia militar desierta. Debido a esta situación ambos
militares cayeron en depresión, y fueron apartados del
servicio.
Ambos profesionales, defendidos por el abogado Ricardo Martínez,
acudieron a los tribunales para que se reconociera que esta
enfermedad era consecuencia de la conflictividad laboral que
sufrían. Los jueces les han dado la razón. La sentencia descalifica
las medidas adoptadas por los mandos contra estos subordinados y
utilizan la calificación de «vejatorias» y de «sanciones
encubiertas». De hecho, un auditor militar investigó los hechos y
en informe, que no tuvo ninguna trascendencia, calificaba las
medidas adoptadas por los mandos sobre los suboficiales de
«desafortunadas». Los jueces entienden que esta conflictividad
laboral trascendió a la esfera personal de los marinos, y que por
ello se justifica que cayeran en una depresión. Ambos siguen bajo
tratamiento médico.
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