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El rostro de Colin Whelan, el «asesino de Dublín», era tan popular para los irlandeses que un turista de aquel país que hace unos días visitó Portals Nous se quedó de piedra al reconocerlo sirviendo copas en el Squadron Bar. Así fue como la Interpol supo que el informático, de 33 años, no se había suicidado tras matar a su mujer, con la que se había casado meses antes. Del resto se ocupó la Policía Judicial de la Guardia Civil de Calvià, que lo detuvo. Colin y su mujer, Mary Whelan, que en 2001 tenía 27 años, vivían en un dúplex de la calle Clonard número 49, en el barrio de Balbriggan, en las afueras de Dublín. Él era un experto informático que había contraído matrimonio con la joven a finales del año 2000. Los recién casados llevaban una vida ejemplar, de cara a sus vecinos y amigos, pero la convivencia conyugal no era tan idílica. El 1 de marzo de 2001 Mary se cayó por las escaleras de su casa y se desnucó. Su cadáver fue hallado a pie de escalera y Colin, muy afligido, acudió al entierro por su esposa. En el funeral también demostró que era un marido desconsolado, y sus allegados se volcaron para consolarle. La sorpresa saltó cuando la doctora Marie Cassidy, del instituto anatómico forense de Dublín, tuvo los resultados de la autopsia. El informe descartaba una caída accidental y desvelaba, sin género de dudas, que Mary Whelan, la recién casada y ama de casa ejemplar, había sido estrangulada en su casa de Balbriggan. Todas las miradas se posaron sobre Colin, que siguió manteniendo su inocencia. La policía, días después, procedió a su detención, acusado del asesinato de su mujer, y cuando declaró ante un tribunal quedó en libertad provisional, pendiente de juicio. Pagó la fianza y obtuvo la libertad, pero era consciente de que el cerco se estaba estrechando entorno a él y decidió un segundo golpe de efecto, más espectacular que el primero. En su Peugeot 206 se dirigió hacia los acantilados de Howth, cerca de Dublín, y allí simuló su suicidio. Los investigadores hallaron el coche, su ropa y algunos enseres se su propiedad, peor ni rastro del cuerpo. El caso comenzó a ser portada de los periódicos y la fotografía del informático inundó las primeras páginas.