«Cuando la mochila de Marc apareció en el fondo del río, rajada y
sin el dinero y la cámara, se me cayó el alma al suelo. Pero me
niego a aceptar que esté muerto y no quiero perder la esperanza, al
menos hasta que aparezca el cuerpo». Juan Ramón Beltrá, el padre
del mallorquín desaparecido desde diciembre en el Amazonas, es la
viva imagen de la obstinación: ha regresado de su segundo viaje a
la selva de Brasil y las noticias pesimistas que trae no le han
doblegado. La policía de aquel país sostiene que Marc fue asesinado
tras ser víctima de un robo y el progenitor, en cambio, sólo piensa
en seguir presionando a las autoridades para que el caso no caiga
en el olvido. No le bastan con hipótesis o conjeturas; quiere saber
exactamente qué le pasó a su hijo.
Juan Ramón salió de Palma el pasado día 25 de julio. Su destino
era París, donde le esperaba un periodista sueco que conoce a la
perfección el Amazonas, y que había sido contratado como guía de la
expedición. Dos días después, tras algunas desavenencias por los
desmesurados intereses económicos del reportero, llegaron a Bogotá
y el 28 se reunieron en el pueblo de Leticia con Francoise, la ex
mujer de Juan Ramón y madre de Marc. Los tres alquilaron un barco y
a partir de ese momento recorrieron más de 200 kilómetros por el
río Yavarí, entre Brasil y Perú. «Es una estampa preciosa para ver
en fotos, pero varias semanas viendo siempre aguas turbias y miles
de kilómetros de selva llegan a ser infernales», opina. Durante
seis días visitaron una serie de comunidades peruanas en
Caballococha, Chimbote y San Pablo. Ni rastro de Marc. La travesía
siguió por el Yavarí y llegaron a Estirao de Ecuador. Cada minuto
es importante y los padres del filólogo intentan hablar con todos,
indígenas y autoridades, y reparten fotos de Marc. En Santa Rosa,
Perú, surge la primera noticia esperanzadora. Se trata de una
comunidad israelita un tanto peculiar y el jerarca les pide, muy
enigmático, por qué debe creerse que son los padres del joven.
«Pensamos que sabía algo y le enseñamos nuestros pasaportes y le
dimos pruebas de que éramos los padres de Marc, pero al final no
sabía nada». De nuevo un golpe más, el enésimo. La expedición se
traslada entonces hasta Atalaya do Norte y de ahí al puerto de
Benjamín Constant. Es ya la tercera semana de agosto y Juan Ramón y
Francoise están muy desmoralizados. «Me fui a acostar porque no
estaba muy bien y de repente me despiertan y me dicen que unos
pescadores quieren hablar urgentemente conmigo», relata. En efecto,
se trataba de cuatro jóvenes que habían encontrado la mochila de
Marc, que la bajada de la marea había dejado visible en la orilla
del río. ¿Demasiada casualidad?. Juan Ramón no desconfía de
aquellos pescadores, pero está convencido de que «alguien» la había
colocado ahí hacía muy poco tiempo. En el interior estaba la ropa
de Marc, pero no su cartera con los 80 mil pesos que llevaba ni su
cámara fotográfica. Le habían introducido tierra para que se
hundiera, aunque ni los libros del interior ni las prendas de
vestir estaban demasiado desgastadas. Por ende, llevaba pocos días
en el agua. Las tiras de la mochila habían sido rajadas, tal y como
suelen hacer los delincuentes de la zona cuando buscan el dinero de
los excursionistas. Todas aquellas pertenencias las custodia ahora
la policía brasileña y Juan Ramón, desde Palma, no tiene intención
de descansar hasta arrojar más luz sobre el caso. Paradojas de la
vida, en la mochila apareció un libro que Marc leía y que se
titulaba: «Perdido en el Amazonas».
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