Abderrahmane B., el «cerebro» de la banda que introducía de forma
masiva drogas en Mallorca, ingresó ayer en prisión, junto a tres de
sus más estrechos colaboradores. Otros tres implicados en la trama,
que fueron arrestados por la Guardia Civil, han quedado en libertad
con cargos.
Los siete detenidos en la operación desarrollada por el EDOA
(Equipo de Delincuencia y Crimen Organizado), que se ha saldado con
la intervención de 15.000 pastillas de éxtasis, un kilo de cocaína
y 50 kilos de hachís, pasaron en la mañana de ayer a disposición
judicial. Un furgón de la Benemérita los trasladó desde la
Comandancia de Palma, en la calle Manuel Azaña, a los juzgados de
Vía Alemania. El juez Enrique Morey los fue llamando uno a uno y
después de varias horas de interrogatorio decidió encarcelar a
cuatro y dejar en libertad a los otros tres. Abderrahmane B., Pedro
G.J.A., Adriana M.R., y Antonio O.M., fueron conducidos hasta la
penitenciaría, mientras que Covadonga M.R., que es hermana melliza
de Adriana, un marroquí llamado Hassan y Hakima A., la compañera
del «cerebro» de la banda, pudieron regresar a sus casas,
libres.
Con respecto a Abderrahmane, se trata de un caso excepcional
entre los estereotipos de narcotraficantes de la Isla, en especial
entre los magrebíes. Pese a obtener importantes cantidades de
dinero, llevaba un tren de vida modesto, casi marginal. Desde fuera
era muy difícil apreciar que era uno de los grandes 'narcos', sobre
todo porque apenas se relacionaba con la gente. Pasaba días enteros
sin salir de su casa de la calle Bayoneta número 4, una travesía de
Joan Miró, y cuando contactaba con sus colaboradores eran ellos los
que se desplazaban a aquel apartamento, pequeño y sucio. Llegó a
Mallorca hace tres años y residía de forma legal. Sus contactos más
importantes, los que le suministraban la mercancía, estaban en
Tarragona, en concreto en Reus. La Guardia Civil se trasladó hasta
aquella ciudad para 'tirar de la manta', pero los capos eran
profesionales y no fue posible identificarlos. En la operación se
pincharon teléfonos y se efectuaron vigilancias día y noche en
domicilios y discotecas. El resultado ha sido un éxito para el
EDOA: un alijo histórico y la banda descabezada.
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