A las mesas de los forenses y especialistas de la policía, que
trabajan en varias filas bajo carpas o en las tiendas de campaña
montadas en este recinto religioso de Takua Pa, llega cada cinco
minutos un cadáver metido en una bolsa de plástico con una larga
cremallera. Los cuerpos sin vida de hombres, mujeres, y niños
llegan a las mesas desde alguno de entre los más del medio centenar
de contenedores térmicos, en cuyo interior, los soldados que los
transportan de aquí para allá, han construido unas literas con
cañas de bambú para poder guardar adecuadamente hasta 40 cadáveres.
La llegada en camiones militares de otros 400 cadáveres reduce a
casi cero la capacidad de almacenamiento del monasterio,
transformado en un enorme tanatorio por el que los forenses,
especialistas y ayudantes se mueven de un lugar a otro. En una de
las mesas, trabajan codo con codo con los franceses y los
neozelandeses, los agentes de la Policía Científica española
enviados a Tailandia para colaborar en la tarea de tomar huellas
dactilares, extraer muestras dentales u óseas para identificar a
los miles de muertos. Los forenses y especialistas de la policía
hacen un viaje de tres horas de automóvil para comenzar la faena a
primeras horas de la mañana y, sin apenas pausas a lo largo de la
jornada, recogen muestras a una media de 70 cadáveres por día. Con
barras de hielo y el uso de cámaras frigoríficas, los expertos
lograron detener la rápida descomposición a la que ayuda el calor
tropical y la humedad propio del sur de Tailandia, pero a medida
que pasan los días se evidencia una reanudación del proceso
degenerativo. La de recogida de muestras y análisis del ADN puede
durar meses.
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