A merced de las olas. Con los motores averiados. Y en medio del
Mediterráneo.
Los 418 pasajeros y los 314 tripulantes del «Grand Voyager»
fueron zarandeados y agitados con tanta violencia que muchos de
ellos pensaron que sus minutos estaban contados. Que no salían de
esta. El barco, fletado por la compañía mallorquina Iberojet, vivió
el lunes su bautismo de fuego. Las vacaciones inolvidables que
habían soñado los pasajeros se esfumaron a 60 millas al este de
Menorca. Hacía horas que el temporal ya era inquietante, pero a eso
de las 11.00 horas la situación se tornó en crítica. Hasta el piano
del crucero, anclado al suelo, rompió los anclajes y se
deslizó.
Dentro del barco la situación era de pánico; afuera las olas
gigantescas aumentaban la sensación de angustia. Una anciana se
rompió la tibia y el peroné al salir despedida, otros pasajeros se
golpearon contra el mobiliario de sus camarotes. Y entre los más
previsores, que se habían tumbado en el suelo, también algunos
resultaron contusionados. Pero los pasajeros y tripulantes no
estaban solos. A un centenar de metros sobre ellos un helicóptero
del SAR, con base en Palma, seguía sus vaivenes, listo para
intervenir.
Al aparato, un HD-19 Puma del 801 Escuadrón, se le unió un
Falcon 50 francés y Salvamento Marítimo de Palma también movilizó a
sus embarcaciones. En el «Grand Voyager» los pasajeros se agarraban
a lo que podían y esperaban lo peor provistos de chalecos
salvavidas, su único consuelo en un mar de miedo. Por la tarde el
capitán consiguió controlar el buque; los motores ya reaccionaban.
El miedo, en cambio, seguía. Ayer, a su llegada a España, algunos
afectados anunciaron que van a denunciar al capitán por
negligencia.
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