Un grupo de pasajeros, atemorizados en pleno temporal. Foto: JAVIER FERNÁNDEZ

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CARLES DOMÈNEC
A partir del testimonio de 5 de los 25 mallorquines, viajeros en el crucero Grand Voyager que estuvo tres horas a la deriva entre Cerdeña y Menorca, al borde del naufragio, hemos reconstruido lo que para ellos ha sido «el viaje más tormentoso y difícil de nuestras vidas». Se trata de los pasajeros Javier Fernández de Lozar, su mujer Maribel Mirojal, su hija Silvia y la pareja formada por María Luz Miguel Montero y Federico Giacone.

Este es el relato: «EGrand Voyager zarpó del puerto de Túnez a las dos y medía del pasado domingo con dirección a Barcelona. Era el final de una semana de un bello crucero que había visitado ciudades magníficas como Roma, Dubrovnik o Túnez. Una pasajera que había oído la previsión de fuerza 6, advertía telefónicamente al capitán del barco sobre el temporal que se les venía encima. Lo había oído por la televisión. El capitán no quiso hablar y colgó la conexión bruscamente. Al zarpar, el barco se empezó a mover moderadamente. Fue por la noche, durante la cena de gala, cuando las copas se empezaron a caer, los platos se rompían por los suelos y un número considerable de pasajeros no pudo cenar, se retiró indispuesto a sus camarotes.

Los golpes ya eran muy bruscos. Horas más tarde, sobre las tres de la mañana, la situación empeoró hasta convertirse en una odisea, similar a las novelas o películas sobre naufragios. El placer se convertía en un infierno y vientos de más de 100 kilómetros por hora empezaron a azotar aGrand Voyager. El primer día de la travesía se llevó a cabo un simulacro de emergencia pero la situación real no se parecía en nada a la imaginada. La gente conocía, por el ensayo, sus lugares de reunión pero el oleaje era tan violento que nada era como lo previsto. Las mesas, clavadas atornilladas al suelo, no soportaban el vaivén excesivo del buque y muchas se soltaron de su soporte. Algunas columnas se doblaron, los cristales estallaban y las puertas se rompían. El estruendo a cada ola, provocado por la oscilación del mobiliario de babor a estribor, era difícil de soportar.

Algunas paredes de los pasillos tenían manchas de sangre de algunos pasajeros con cortes. Una mujer se rompía el pie y dejaba al descubierto su hueso mal herido. Las olas llegaban hasta el sexto piso. Durante medio minuto, el barco se mantuvo completamente escorado a babor, luchando con el Mediterráneo por evitar el vuelco absoluto. Un piano de cola caía de la sexta planta a la quinta, en uno de los salones. Los otros dos pianos del barco quedaron destrozados, uno de ellos totalmente girado, con las patas boca arriba. Una mujer embarazada rodaba por uno de los pasillos. No estaba permitido permanecer en los camarotes por el peligro que esto podía suponer.