Postrado en su cama del hospital, acompañado por su joven esposa
y el bebé de ambos, Manuel V.B., de 32 años de edad, afirmó que, a
diferencia de su agresor, él no pertenece «a ninguna etnia ni clan
gitano» y que las puñaladas de las que fue víctima hace apenas una
semana no obedecían a «ningún ajuste de cuentas». Aclarados estos
puntos, el joven inició el relato de la agresión que de no haberse
producido en los pasillos de un centro sanitario, posiblemente hoy
no podría contar.
Sostiene Manuel, que tanto él como su agresor, que dice que se
llama Miguel J.M., de 19 años de edad, tenían a sus respectivos
hijos ingresados en la Unidad de Pediatría de Son Llàtzer. No
obstante, en ese momento, ambos jóvenes no eran el uno para el otro
unos completos desconocidos, ya que la madre de la mujer de Manuel
y Miguel habían sido vecinos en el barrio de Es Molinar. Además, la
cuñada de Manuel V.B. había mantenido una relación sentimental que
acabó en peleas, golpes y amenazas de muerte entre ambas
familias.
Pero volviendo a la jornada del viernes, el herido cuenta que
antes de producirse el suceso su mujer se cruzó con Miguel J.M. y
que éste la empujó. «Ella le pidió explicaciones y él le contestó
que se cagaba en sus muertos y en los míos», cuenta la víctima.
Conociendo el carácter del agresor, la esposa de Manuel pidió a una
enfermera que llamase a la policía. Sin embargo, según el herido,
la enfermera hizo caso omiso a la petición. «En esos momentos yo
estaba fumando fuera del hospital y mi mujer salió a la ventana
para avisarme del cariz que estaba tomando la situación», señala la
víctima.
Sin embargo llegó tarde, ya que cuando la mujer se asomó por la
ventana su marido ya estaba subiendo por las escaleras del
hospital. Al llegar a la planta de Pediatría, un hombre de etnia
gitana al que no conocía y que resultó ser el padre de Miguel J.M.
se interpuso en su camino y le espetó: «¿Tú te llamas Manuel?». Y
Manuel le contestó: «Sí».
Fatídica respuesta, puesto que acto seguido, cuenta Manuel, el
hombre le cogió con una mano el cuello y con la otra la muñeca
derecha mientras le decía «ven conmigo» y lo conducía hasta un
rincón apartado. «A partir de aquí todo pasó muy rápido», apunta
Manuel, quien añade que «mientras le decía al hombre que no me
agarrara e intentaba zafarme de sus manos, él consiguió tener las
mías aprisionadas y de repente sentí tres golpes que me quemaban la
espalda». Confundido por la naturaleza de la agresión, la víctima
se giró y vió a Miguel J.M. escondiéndose detrás de su padre
portando un puñal de pesca submarina completamente ensangrentado y
diciéndole a su progenitor: «papa, no se cae, ¿le meto otra?».
Mientras tanto, el padre del agresor propinaba un sinfín de
manotazos en la cara de la víctima. «A cada respiración la sangre
salía a chorros por las heridas», dice Manuel, quien finalmente
añade que sus agresores huyeron del lugar dejándolo malherido y
pidiendo ayuda.
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