Una noche muy larga fue la que pasó un joven turista mallorquín,
que prefiere permanecer en el anonimato, en la habitación de su
hotel, en un segundo piso. Con otros seis amigos de la Península,
compañeros de universidad, puso en marcha todos sus recursos de
superviviencia para esperar el huracán. Ni corto ni perezoso, y
ante la imposibilidad de acudir a una zona de refugio -el hotel
decidió no evacuarlos-, colocaron todos los colchones de la
habitación contra la ventana. En ese hotel, como en toda la zona,
se cortó la luz por motivos de seguridad antes de que entrara el
huracán, por lo que la oscuridad se impuso al anochecer y el calor
se hizo sofocante en aquella habitación. Para paliar el sofoco, y
en previsión de que el encierro fuera largo, llenaron la bañera de
agua. En medio de esos preparativos, se mantuvo constantemente en
contacto con su madre, en Palma, que seguía atemorizada las
noticias que le llegaban desde la península de Yucatán. Fueron
horas de angustia en las que la madre intentaba darle consejos a su
hijo y movía cielo y tierra desde Palma, contactando con una
comisaría de Playa del Carmen y con responsables del hotel, para
asegurarse de que quedara garantizada la seguridad de su hijo.
Llegada la medianoche, hora de Yucatán, madre e hijo mantenían la
última conversación antes de que quedaran cortadas las
comunicaciones. La madre respiró tranquila cuando, horas después,
las noticias afirmaban que no había víctimas ni heridos entre los
turistas.
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