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Un par de rasguños en la cara, los brazos y el pecho son las únicas señales que le quedan a Fernando Miranda, de 15 años de edad, tras caer desde un noveno piso en la calle Metge Josep Darder de Palma. Ayer, su padre Antonio, aún con los ojos un tanto enrojecidos por la emoción, no daba crédito a lo sucedido: «Es increíble. Por muchos años que viva nunca me creeré que no le haya pasado nada. Ayer (martes) era el día de los Àngeles, y un ángel es precisamente lo que ha salvado a Fernando».

El accidente tuvo lugar sobre las 19.00 horas del martes cuando Fernando se fue hasta una finca de la citada calle, en la que viven un par de amigas de su pandilla. Como suelen hacer muchas tardes, el grupo de Fernando se encontraba en el portal de la finca charlando, cuando un grupo de jóvenes de etnia gitana se les acercaron. Según Fernando, uno de ellos le increpó y le tiró una bolsa de patatillas a la cara. Tras el incidente, el joven se asustó y decidió refugiarse en la finca. Una vez dentro, subió por el ascensor y se fue hasta la terraza. Allí permaneció durante unos diez minutos hasta que su amigo Christian decidió subir a buscarle. Fernando oyó entonces unos ruidos y pensó que se trataba de los mismos chavales con los que había tenido el incidente, por lo que comenzó a caminar por el terrado. En su recorrido se encontró con una rejilla que separa dos fincas y decidió escalarla para pasar al otro lado, en busca de una salida. Sin embargo, Fernando no podía imaginarse que los tornillos que sujetaban la rejilla al suelo estaban podridos.

Cuando se encontraba agarrado a la verja, los anclajes comenzaron a ceder bajo su peso, describiendo una trayectoria que le acercaba cada vez más hacia el borde del patio interior. En ese preciso momento, Christian llegó al terrado y vio cómo su amigo se deslizaba sin remedio, agarrado a la rejilla. Cuando intentó agarrarle, vio el joven que se cayó hacia el patio interior.

Por fortuna para Fernando, durante toda su caída logró mantener la posición vertical haciendo aspavientos con las manos para equilibrarse, y al llegar abajo cayó de pie sobre un pequeño cerramiento de uralita. «Mientras caía, pensaba: ya está, todo se ha acabado. Luego noté cómo mis pies se hundían en la uralita y entonces creo que me desmayé. Luego, al despertarme, pensaba que estaba viviendo un sueño, que no podía ser que estuviera vivo», comentaba ayer Fernando con gran naturalidad.