Inger Johanne, noruega de nacimiento, vivía en Algaida con su esposo, Rafael Luzón. La mujer, que cuando murió tenía 59 años, contrajo matrimonio en Oslo en el año 97. Luego ambos se trasladaron a Mallorca y hasta el año 2004 su salud no se resintió.
Por aquel entonces acudió al hospital de San Juan de Dios y desde allí encargaron unas resonancias en Son Llàtzer. El examen sólo detectó una hernia discal, pero la salud de Inger comenzó a deteriorarse muy rápidamente a partir del año pasado. Su calvario hospitalario empezó el 14 de agosto, cuando su esposo la llevó a urgencias de Son Llàtzer con fuertes dolores en el vientre, pecho, náuseas, vómitos, dolor de cabeza y hemorragia nasal. Según consta en la denuncia presentada por la abogada Elena Catalán, el médico que la atendió les comentó que podía tratarse de una hernia discal, y apostilló que esa lesión daba «dolores de todo tipo». Le recomendaron un tratamiento de Diacepan y Paracetamol, y la señora Inger y su marido se marcharon a casa.
La víctima siguió el tratamiento y acudió al centro médico de Pina para que le suministraran las inyecciones. Su estado, empero, iba de mal en peor. El día 27 de ese mismo mes de agosto el matrimonio se presentó de nuevo en urgencias de Son Llàtzer. Rafael Luzón contó al doctor que Inger padecía unos dolores terribles y no podía comer. El facultativo, según el denunciante, le prescribió un protector de estómago y sin más pruebas confirmó el diagnóstico anterior de una lumbalgia. La mujer noruega se encontraba en un estado físico tan precario que tuvo que salir de urgencias en silla de ruedas, porque no podía ni caminar.
Los días siguientes de verano el dolor se agravó, aún más. Inger no podía soportarlo y no ingería ningún tipo de alimento. Persistían las náuseas y su esposo, obsesionado con que quedara ingresada, decidió llamar a una ambulancia del 061 para que la recogieran, pensando que de esta manera sortearía el trámite de urgencias. Ella tenía el vientre anormalmente hinchado y había perdido movilidad en su parte izquierda del cuerpo. Era el 31 de agosto e Inger, por tercera vez en un mes, visitó urgencias de Son Llàtzer. En esa ocasión el diagnóstico fue de «gastritis medicamentosa» y le inyectaron suero. El doctor, de acuerdo con el escrito presentado ante el juez, le dijo a Rafael: «Su esposa está mejor que usted y que yo, se la puede llevar a casa». El hombre insistió en que quedara hospitalizada, para que la sometieran a analíticas y pruebas exhaustivas, pero el facultativo le replicó que no era necesario. Inger, de nuevo, salió de urgencias en silla de ruedas.
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