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MARTIN GARRIDO
Ingrid es rubia, alta y delgada, y en su cara se marca el sufrimiento por el que está pasando. «Aquí, en Mallorca, no respetan los pasos de peatones. No importa que seas minusválido. Los conductores tendrían que respetarlos y más si es minusválido, como lo era mi hija. Para eso el Ayuntamiento pinta las rayas blancas en el suelo, ¿no? Y como por lo visto no bastan esas enormes rayas blancas para respetar al transeúnte, los castigos tendrían que ser más duros para los infractores».

No es muy habitual que una persona minusválida sea atropellada en la calle y menos en un paso cebra. Digo esto porque las personas con problemas físicos suelen ser muy cautelosas en su manera de desplazarse, ya no por su forma de pensar, sino por sus impedimentos físicos. Estoy hablando de Myriam Lohff, treinta y cuatro años, guapa, de pelo rubio dorado, e impedida de cintura para abajo, desde su nacimiento en Bielefeld, una ciudad alemana gris y lluviosa, de más de trescientos mil habitantes, entre Hannover y Dusseldorf. Desde finales de los 60 los padres de Myriam venían a veranear en una casa que tenían en Peguera los padres del marido. Pero en el verano de 1973 vinieron con la pequeña Myriam, que tan solo contaba con seis meses de edad y estaba enferma a causa de haberle faltado oxígeno al nacer. La familia estuvo todo el verano y cuando volvieron a Alemania y la llevaron al médico, éste se quedó sorprendido por la mejoría de la niña. Tanto fue así que les recomendó que se fueran a vivir a Mallorca. Y así lo hicieron. En 1974 la familia Lohff se instaló en Santa Ponsa. Eran cinco miembros: el matrimonio, dos niños y Myriam.

En Santa Ponsa estuvieron unos años hasta que se trasladaron a un chalet de Palmanova donde estuvieron dieciocho años. Mientras tanto, la joven Myriam, que ya tenía siete años, fue a una guardería inglesa y luego al colegio americano de Portals Nous, donde no llegó a adaptarse del todo. Ingrid, su madre, siempre preocupada por el futuro de su hija, contrató a una profesora particular para que ayudara a Myriam a sacarse el graduado rscolar.

Después de terminar sus estuidos la vida de Myriam pasó por una época tranquila, de lectura, contemplación y descubrimientos, y de escribir su eterno diario. Sus muchos amigos, sus excursiones, el cine, la televisión, su familia, la llenaban por completo. La vida a Myriam le gustaba, la encontraba bonita, y cualquier cosa o acontecimiento la hacía feliz. Y cuando cumplió los veintinueve años conoció al hombre con el que tendría un hijo maravilloso. Había tenido un novio antes, pero la cosa no llegó a cuajar, por eso era un poco reacia a nuevas relaciones amorosas. Pero cuando conoció al futuro padre de su hijo, se enamoró de él. Entonces sus padres ya se habían separado y vivían en un piso de la calle Jesús y ella ya trabajaba vendiendo cupones de la OID: por las mañanas en la plaza de la pista de los patines y por las tardes en la puerta del supermercado SyP enfrente de su casa.