Andrés Rexach tiene 56 años y es pensionista por las secuelas que sufrió tras un accidente laboral. Fotos: JAVIER JIMÉNEZ

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Andrés Rexach no es ningún santo. En su cuerpo hay todavía marcas de su paso por prisión y él mismo cuenta, sin ambages, que robó «porque no tenía un duro y tenía que mantener a mi familia». Desde hace una semana un juez le ha colocado una pulsera de maltratador, después de que su esposa le acusara por amenazas y agresiones. «Nunca le he puesto la mano encima y lo peor es que la sociedad, cuando te ven con la pulsera, no te cree. La pulsera te anula, te entierra. El rechazo social es total».

El drama de este palmesano de 56 años empezó en 1975 -«me acuerdo porque era el año en el que murió Franco»-, cuando cayó de un quinto piso en la Vía Roma. Trabajaba como albañil y el accidente le destrozó una pierna y la columna. Volvió a caminar, pero pasó a ser pensionista. Hace trece años se casó con la madre de sus tres hijos y los problemas económicos, derivados de su ridícula pensión, acabaron por torcer su vida. «Tuve que entrar a robar en casas porque no tenía ni un duro y tenía que alimentar a mis hijos. En uno de los robos tuve la mala suerte de entrar en la casa de un guardia civil, que luego fue a por mi», cuenta Andrés Rexach.

El pensionista pasó seis años «muy largos» en la cárcel de Palma, de la que guarda siniestros recuerdos. Ya en libertad se volvió a complicar la vida. «Me hacía ilusión tener una pistola, pero simulada. Mi sobrino me consiguió una y al poco tiempo la Policía Nacional vino a por mí y me detuvo. También detuvieron a otras dos personas y recuperaron algunas armas, que al parecer habían pertenecido a un guardia civil ya fallecido.Decían que mi pistola era para matar a mi esposa y eso es un disparate. Nunca se me ha pasado por la cabeza hacerle daño, a pesar de que hemos discutido mucho por problemas personales», añadió. Su esposa, sin embargo, tiene una versión distinta y lo denunció por malos tratos. Andrés volvió a ser detenido. Ahora un juez ha dictado una orden de alejamiento contra él y para asegurarse de que no se acerca a su esposa le han colocado una pulsera de maltratador, en su muñeca derecha. No se la puede separar de la piel más de dos centímetros, ya que entonces se activa la alarma, y también tiene que llevar encima el cargador, que es del tamaño de una radio pequeña.

«Me parece muy bien que la pulsera la lleven los maltratadores, pero yo nunca he pegado a mi mujer. Hemos discutido mucho y es cierto que nos hemos dicho de todo, pero ahora allí donde voy piensan que soy como un animal», se lamenta el ex albañil. «¿Quién me puede dar un trabajo con esta pulsera?. Es una condena absoluta, porque no tienes recursos ni puedes hacer nada», añade. Andrés tiene muchos amigos de etnia gitana y llevar la correa le ha supuesto otro problema: «Algunos son muy desconfiados y piensan que soy un confidente de la policía. Parece algo cómico, pero no es para echarse a reír. Cuando me ven con esta especie de reloj gigantesco y con el cargador lo primero que piensan es que estoy grabando o vigilando para la policía».

Andrés es consciente de que si su situación económica no mejora «los que lo pagarán serán mis hijos. Puedo verlos dos veces a la semana, durante unas horas, pero no les puedo ni hacer un regalo. Y si intento trabajar en algo me ven la pulsera y ya no hay nada que hacer».