Los equipos de emergencias retiran el cadáver de Roslada Ivanova, mientras una grúa levanta el remolque volcado. Foto: ALEJANDRO SEPÚLVEDA

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JAVIER JIMÉNEZ-GUILLEM PICÓ
A las 7.58 horas de la mañana dos amigas búlgaras, azafatas de profesión, disfrutaban de una mañana soleada en el Passeig Marítim de Palma. Segundos después una de ellas moría aplastada por un remolque y la otra quedaba terriblemente mutilada. El verdugo fue un camionero mallorquín que iba ebrio y había consumido cocaína.

Andrés C.F., de 36 años, había pasado la noche embarcado en el buque Murillo, de la compañía Trasmediterránea. A primera hora arrivó al puerto de Palma y el chófer salió al volante de su Pegaso 360, un camión de 18 metros formado por una cabina y dos remolques. El vehículo, cargado con electrodomésticos y muebles, subió por el puente del Club de Mar, al final del Passeig Marítim, y descendió para incorporarse a esa vía en dirección a Portopí. Tomó la curva a una velocidad excesiva y la parte trasera del camión se le fue y realizó un «efecto látigo».

A continuación volcó y se precipitó sobre las dos amigas del Este, que esperaban en el semáforo para cruzar, ajenas a lo que se les avecinaba. El Pegaso arrancó una señal, el semáforo y finalmente aplastó a las azafatas. Roslada Ivanova Divena, de 37 años, falleció en el acto y su cuerpo quedó destrozado, hecho trozos. Su compañera tuvo más suerte, aunque el contenedor le amputó la pierna izquierda, le fracturó la pelvis y le provocó otras lesiones.