Es viernes. Cae la noche en Marian Aguiló, en la barriada de Pere Garau. Y entonces se suceden las vomitonas callejeras, las peleas, los intentos de violación, ruidos, borracheras escandalosas y vandalismo. 84 vecinos de esa avenida, que llevan más de un año en pie de guerra, están hartos de denunciar que el origen de aquella orgía nocturna es un bar regentado por bolivianos «que no tiene ni aseos». En el antro llegan a reunirse hasta medio centenar de inmigrantes, la mayoría con un nivel de alcohol en la sangre que roza el coma etílico.
Algunos vecinos, enfermos de insomnio, se dedican a resumir la noche en un papel. Es su diario de guerra. «La puerta metálica del bar no encaja y cada vez molesta más cuando la suben y bajan, que es cada vez que pasa un coche de la policía. Son las dos de la madrugada y un grupo sale a la calle, se insultan y se pelean. Se mueven los contenedores por los golpes. A las tres y cuarto alguien grita, pidiendo ayuda. Nadie acude. A las cinco de la mañana un boliviano se pelea con otro porque se ha acostado con su cuñada. Otro, cerca de ahí, pide su dosis de droga. A las seis de la mañana un coche rojo quiere aparcar, pero el conductor está tan borracho que tiene que poner la música a tope para concentrarse». Una hora después, y de día, el escritor ocasional baja a la calle, exhausto. «En la acera, junto al bar de los bolivianos, hay restos de sangre, vómitos y en cada portal hay orín. Han defecado junto a una moto». El viernes 25 de mayo, un grupo de sudamericanos acorraló a un compañero en un portal y lo intentaron violar: «No sabemos cómo acabó, porque dejaron de oírse gritos». Los residentes llamaron por enésima vez al 092, pero cuando una patrulla llegó en la calle sólo había suciedad y pintadas, algo normal en Marian Aguiló.
El domingo 27 de mayo un boliviano calvo se desplomó en el suelo y sus colegas, muy atentos, se abalanzaron sobre él para desvalijarle. Otro de los vecinos ha grabado en vídeo una de las aquellas jornadas orgiásticas: «Es digno de ver, es un botellón salvaje. Esos bolivianos van tan bebidos que no saben ni dónde están. Mean en las aceras y vomitan mientras caminan. Si se cruzan con una mujer se vuelven como locos». Algunos afectados creen que su situación puede cambiar cuando se establezca el nuevo ayuntamiento de Palma. «En estos años nos han tenido completamente abandonados, pero creemos que los que entren, sean los que sean, tendrán más interés por lo que ocurre aquí». Lo más curioso de todo es que el bar foco de todos los males carece de licencia. Quizás por eso funciona.
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