Un día de cárcel por cada cuatro kilos de hachís. Aproximadamente, esa es la pena que cumplirán cinco jóvenes de origen magrebí que fueron condenados ayer en Palma por traficar con casi cinco toneladas de esta droga.
El acuerdo, al que se llegó tras una conformidad entre fiscal y abogados defensores, motivó que la presidenta del tribunal, Margarita Beltrán, emitiese un voto particular en contra.
Se trata de una medida muy poco frecuente y que según sus propias palabras fue «a modo testimonial», ya que en este tipo de acuerdos, el presidente del tribunal carece de peso alguno para modificar la decisión a la que llegan las partes.
Los cinco condenados fueron detenidos en agosto de 2006 tras una investigación de varios meses llevada a cabo por la Guardia Civil. Los seguimientos se iniciaron sobre Mohamed B. y Akrif A., quienes se dedicaban a vender hachís en una casa de la calle Manacor.
A finales de julio, los sospechosos se pusieron en contacto con Saladin El G.M. y Abdelkarim T., y acordaron con ellos la compra de 240 kilos de hachís.
La Guardia Civil se puso en alerta y siguió a estos dos últimos sospechosos hasta la finca de Son Vaqueret, en Manacor, donde les esperaba El Arbi T., el último acusado.
En esta finca cargaron ocho fardos de droga, aunque antes de que pudieran entregarla a sus compradores fueron interceptados por la Benemérita.
Los agentes realizaron entonces un registro en la finca, donde encontraron varias habitaciones acondicionados para almacenar la droga.
Durante los registros, dos de los sospechosos intentaron huir de la Guardia Civil, provocando incluso un accidente en el que chocaron con un coche camuflado de la Benemérita.
En total, los agentes encontraron 141 fardos de hachís de 30 kilos de peso cada uno, y se calcula que la droga habría alcanzado en el mercado negro un valor cercano a los seis millones de euros.
Los cinco acusados han sido condenados a penas que van de los tres a los tres años y medio, y deberán pagar una multa que en algunos casos alcanza los 16 millones de euros.
Antes de ser introducidos en el furgón policial, algunos de ellos levantaron tres dedos a los familiares que les esperaban en la puerta, indicándoles la pena que les había caído.
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