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JAVIER JIMÉNEZ Ríos de tinta se han escrito sobre Ana Eva y su forzada desaparición. Y seis años después la policía mantiene una línea de investigación abierta, la única que parece que pueda arrojar luz algún día.

Simpática, responsable y trabajadora, Ana Eva fue, sin quererlo, doble víctima: por un lado víctima de alguien que la sacó de su casa en contra de su voluntad y, por otro, víctima de una investigación policial desastrosa. Y el resultado es que seis años después no se sabe dónde está.

La noche del 20 de octubre de 2001 salió a cenar y de fiesta con un grupo de amigos. Con 27 años y un trabajo fijo como profesora en el colegio de Santa Mónica, Ana Eva estaba soltera. Su último novio era un argentino con el que la relación no cuajó y, según parece, fue ella la que se distanció de él. De madrugada, el 21 de octubre, regresó a su casa de la calle Aragón (un edificio de dos alturas que ya ha sido demolido) y de la reconstrucción de los hechos se desprende que alguien llamó a su puerta al poco tiempo. Ella abrió -la puerta no estaba forzada-, lo que da a entender que esa persona era de su entorno. Luego no se sabe nada más, sólo que Ana Eva desaparece. De la casa faltaba una colcha y un lámpara de la mesita de noche. Meses después los expertos policiales utilizaron lumisol y otras técnicas avanzadas, que descubrieron restos de sangre cerca del sofá de la sala. Sin embargo, ya era tarde. El testigo protegido colombiano, que en un principio reconoció al novio argentino como la persona que se presentó en la casa esa noche, cambió luego de versión, presumiblemente por miedo.

Lo más importante es que el CNP no cierra el caso: «Es una espina clavada para nosotros, y al final nos la quitaremos», resumió ayer un alto mando. Y para muestra un botón: la demolición del edificio de Ana Eva fue presenciado por agentes del Grupo de Homicidios por si aparecían indicios.