El agente Miquel Campaner, junto a su mujer, Teresa. | Alejandro Sepúlveda

TW
118

Se llama Miquel Campaner, tiene 45 años y más de 20 de antigüedad como agente de la Policía Local de Palma. La historia de Miquel no deja indiferente a nadie y pone en tela de juicio, una vez más, las deficiencias de nuestro sistema sanitario, la inseguridad que sufren nuestros policías y la falta de solidaridad de la sociedad.

El agente Miquel Campaner forma parte de una lista de espera para recibir la eutanasia en Suiza. En España no está permitida, pero para nuestro protagonista es mejor morir dignamente que vivir toda la vida condenado en una silla de ruedas.

«Fue en enero de 2008. Estaba a punto de finalizar mi jornada laboral cuando, de repente, la base del 092 me envió a un servicio. Un contenedor estaba ardiendo en una calle del Polígon de Son Castelló. Rápidamente acudí y...» (se produce un prolongado silencio. Transcurridos unos instantes consigue continuar con el relato, visiblemente emocionado). «Un coche se saltó una señal y me golpeó. Estuve varios días en coma y, poco después, ya me comunicaron que me quedaría tetrapléjico de por vida», añade Miquel.

Con más de un 90 por ciento de invalidez, Miquel y su familia tienen que luchar a diario por intentar salir adelante. No es un trabajo sencillo. En el momento de producirse el accidente los hijos de la pareja tenían 10, 12 y 14 años. Sin duda alguna fue un duro golpe para los niños, pero mucho más para su mujer, que jamás se separó de su lado. Teresa, una abogada de profesión, sacó fuerzas de flaqueza y se puso al frente de la situación.

«Tuvimos que dejarlo todo y marcharnos durante un año a vivir todos a Toledo. Allí Miquel recibía tratamiento en el hospital mientras que los niños cursaban estudios en un centro de la comunidad. No fue nada fácil. La ayuda que reciben los tetrapléjicos son ridículas y son los grandes olvidados. Hemos tenido que pagar nosotros dos trasplantes de célula madre en Alemania. 12.000 euros el primero, 26.000 el segundo, más viajes, clínicas, UCI, un tratamiento experimental en Santiago de Compostela, etc...», relata Teresa.

Los inconvenientes y las situaciones adversas se repiten constantemente. «Hemos tenido que instalar un ascensor en casa (86.000 euros), adaptar totalmente la vivienda, pagar 400 euros de mantenimiento del ascensor cada tres meses, facturas de la luz desorbitadas, rampas, etc...», concluye Teresa.

«Ahora ya no puedo jugar con mis hijos, llevarlos a esquiar y realizar actividades que antes eran habituales. Tengo que decir que cada detalle es importante. Mi hijo mayor aprendió a afeitarme, me duchan, me visten... (rompe a llorar)».

El amor de Teresa por su esposo es tan grande que en el momento de producirse el accidente no estaban casados. Un año después del siniestro, al llegar de Toledo, Miquel y Teresa se prometieron amor eterno.
Uno de los capítulos más tristes y que mayor indignación provoca en el matrimonio es que quizá esta situación pudo haberse evitado. «Yo llevaba mucho tiempo pidiendo en Jefatura que me cambiaran el casco de la moto. Era de anclajes y estaban rotos. Al final no me lo cambiaron y, meses después, los anclajes no realizaron su trabajo (estaban rotos) y la visera actuó de guillotina provocando las lesiones medulares irreversibles. Más de 20 años de servicio y ahora tengo que estar condenado a vivir en una silla de ruedas».

Miquel lo tiene muy claro: «Prefiero morir con dignidad que seguir viviendo así como estoy».