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Este viernes, a las dos y media de la tarde, se ha escenificado en la Audiencia el peor desastre de la historia judicial reciente mallorquina. Un Chernóbil europeo a nivel jurídico. Un bochorno sin precedentes que será difícil de superar.

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Cuando el juez Manuel Penalva y el fiscal Miguel Ángel Subirán formaron el siniestro tándem del 'caso Cursach', hace más de seis años, Última Hora fue el único medio que osó inmiscuirse en la maquinaria judicial, que avanzaba imparable y se llevaba por delante a todo lo que encontraba: policías locales de Palma, funcionarios del Ayuntamiento y, sobre todo, las reputaciones de los afectados. Denunciamos las tropelías de los dos señores de la Inquisición y la vergonzante postura del Grupo de Blanqueo de la Policía Nacional, que se plegó a sus exigencias y se convirtió en un siniestro brazo armado. «Ya veréis que cuando el caso llegue a juicio empapelan a Cursach, Sbert y medio cuartel de San Fernando», repetían. Algunos valientes, como el comisario José Luis Santafé o el inspector jefe Toni Suárez, plantaron cara al tétrico Eje y, al igual que ocurrió con este periódico, sufrieron las consecuencias. A nosotros trataron de asfixiarnos periodísticamente porque no comulgábamos con su alocada forma de proceder. Éramos incómodos. Pero el ensañamiento real lo sufrieron los policías anónimos -y otros, como los mandos, más conocidos- que fueron sometidos a un escarnio público para que colaboraran a la fuerza con la trama. «O cantas o te vas para arriba (a la cárcel)», cuentan que era la frase sádica favorita de un acusador público.

El problema es que todo el caso se construyó con pies de barro. Desde el principio. Muchos de los dueños de los bares que acusaban a Cursach y Sbert tenían una curiosa manía: no eran muy partidarios de pagar las licencias reglamentarias y estar al día de la normativa administrativa. Pequeños detalles sin importancia. Y los testigos claves, un narco de Son Banya llamado 'El Ico' y una mentirosa compulsiva conocida como 'la madame', eran tan fiables como un Tupolev soviético sobrevolando la estepa siberiana. No es que nosotros fuéramos pitonisos, que al fin y al cabo solo somos humildes periodistas, sino que se trataba de puro sentido común. Era imposible que medio cuartel de la Policía Local de Palma estuviera compinchado y que, durante años, hubieran campado a sus anchas, cual hunos de Atila. Y que nadie se hubiera enterado. Penalva, Subirán y el Grupo de Blanqueo se inventaron un caso como el prestidigitador que se saca un conejo de la chistera y sonríe, esperando el aplauso del público. El truco apestaba desde el principio, pero los represaliados han tenido que esperar seis años para demostrar que no era magia. Era el mayor fraude judicial de la historia.