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En un lejano 12 de julio de 2015, este periódico abrió fuego formalmente contra la que ha sido la instrucción judicial más perversa que se recuerda en Mallorca. El ‘caso Cursach' avanzaba implacable y Penalva y Subirán, erigidos en semidioses del Olimpo, arrasaban con todo. Y con todos. Nadie les tosía, nadie osaba ponerse en su camino. Ese día publicamos una página titulada «La extraña denuncia del fiscal», donde desvelamos que Subirán, ya en 2008, dio muestras de un comportamiento extraño, casi perturbador. Según su surrealista relato, un policía le molestaba en el juzgado de guardia de Palma: «Me hace la ‘ola', reverencias grotescas y ridículas y en una ocasión me tiró de la camisa por la espalda», esgrimía, indignado. Cualquiera que estuviera en su sano juicio, hubiera detectado que el acusador público estaba, como mínimo, trastornado, pero nadie hizo nada y en los años siguientes Subirán –que, por cierto, intentó expedientar a un comisario para saber quién nos había filtrado la denuncia– siguió imputando y encarcelando a diestro y siniestro.

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Mientras Penalva, demasiado ocupado en sus cacerías (las de animales, no las de policías locales), alimentaba a la bestia. Al fin y al cabo ‘Subi', como le llama cariñosamente él, podía ser muchas cosas, pero le traía todo el trabajo hecho, lo cual le dejaba mucho tiempo libre. Y eso no tiene precio cuando uno se quiere ir pronto a casa. Durante esos años, el tenebroso tándem hizo y deshizo a su antojo, pero el 18 de julio de 2017 se desayunaron con otra portada nuestra: La madame, testigo clave del caso, mentía más que hablaba. Y aportamos trece evidencias. Todo empezó a tambalearse. Su respuesta fue recrudecer la guerra mediática –ya de por sí fraticida– y seguir con la apisonadora judicial. Donde eran trituradas las reputaciones de jefes de policía modélicos, como Toni Cerdá o Toni Suárez. Dos mandos que lo habían dado todo en su trabajo y que al final de sus carreras se encontraban con la ignominiosa sombra de la duda, alentada cobardemente por Subirán. El 14 de julio de 2019 recibieron la puntilla: desvelamos los wasaps que se escribían entre ellos, llenos de crueldad, insultos y expresiones barriobajeras. A la tercera fue la vencida. Fue el principio del fin para ellos. Ahora, ya condenados estos dos personajes, me viene a la memoria un detalle genial de la madame, la mujer que con sus denuncias enviaba a prisión a inocentes.

Una de sus víctimas fue el intendente Toni Vera, exjefe de la Policía Local de Palma y uno de los mandos más íntegros. La testigo, que no lo había visto en su vida, se inventó que Vera consumía todo tipo de drogas, tenía una amante llamada Karina y cobraba sobres de Pascual, un conocido empresario. Vera vivió un largo –eterno– infierno familiar y profesional, hasta que un día su abogado, Felio Bauzá, acorraló en un interrogatorio a la madame. «Si usted cenaba a menudo con él, me podrá contestar: ¿Cómo es de estatura el señor Vera?». La pregunta tenía truco, porque el exintendente es casi un gigante, pero la madame resumió en su respuesta el esperpento entre trágico y absurdo que ha sido toda esta instrucción perversa: «Pues no lo sé, yo siempre lo veía sentado».