Catalina Domingo Campins, la supuesta peor asesina en serie de la crónica negra mallorquina. | R.S.

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Con pocos años de diferencia, en la década de los años sesenta, sus dos hijos, su marido, su tío y su madrina murieron en extrañas circunstancias. Sólo al ser exhumados los dos últimos cuerpos se descubrió que Catalina Domingo Campins, la dulce Cati, supuestamente los había envenenado con arsénico. La vecina de Pollença, la peor asesina en serie de la crónica negra mallorquina, fue condenada e ingresó en prisión, donde solo pasó ocho años y medio. Al salir, en 1986, se sintió súbitamente mal y murió en Son Dureta. Nunca se ha aclarado si también fue envenenada. Ni por quién.

Catalina, que había nacido en 1922, quedó huérfana de niña y su tía Juana María Domingo Bisquera, hermana de su hermana Francisca, se volcó en ella. Fue su madrina y su apoyo en los momentos difíciles. Juana estaba casada con Luis Palmer Camps y nunca tuvieron hijos. Regentaban una tienda de mimbres, que funcionaba muy bien. Tanto, que el matrimonio consiguió ahorrar una pequeña fortuna. Cati, ya de adolescente, tenía cierta fama de embaucadora. Cosas de la edad, pensaban sus vecinos.

A los 23 años se casó con Pedro Coll Mestres, un hombre corpulento que trabajaba en la empresa funeraria y redondeaba su sueldo por las tardes, en un despacho de abogados. Eran una pareja normal, de los años sesenta. Incluso un poco modernos para algunas mentalidades de la época: paseaban en moto y disfrutaban la vida. Aparentaban ser felices. La primera tragedia llegó en 1962, cuando su hijo Rafaelín, de cinco años, comenzó a sufrir unos dolores de barriga insoportables.

Poco después falleció, sumiendo a la familia en la tristeza. Nunca se aclaró su muerte. Dos años después, la historia se repitió con su otra hija, María Luisa, de solo 16 meses. Los síntomas habían sido los mismos: terribles retorcijones derivados de unos problemas estomacales, que le acarrearon vómitos, diarreas y un mal estar general.

Todo el pueblo se volcó con la joven pareja tan infortunada. Pero las desgracias no acabaron allí: el 19 de enero de 1968 murió su marido, Luis. Supuestamente se trató de un infarto, pero había sufrido el mismo calvario que sus hijos. Cólicos, descomposición y un empeoramiento súbito, fulminante. Nadie daba crédito del mal fario de la viuda, que había enterrado a toda su familia en unos pocos años. Además, a causa de muertes extrañas, sin esclarecer.

Imagen del hospital de Son Dureta, donde falleció la envenenadora de Pollença.

Su madrina y su tío se hicieron cargo de la desolada Catalina, que se fue a vivir con ellos. Sin embargo, se recuperó demasiado rápido, de forma muy sospechosa. Vació las cuentas corrientes de su difunto esposo y vendió su coche y su moto. Salía, iba a la peluquería y se cuidaba mucho. La gente empezaba a murmurar. El 5 de mayo llegó la cuarta muerte: su tío Luis, de 65 años, falleció tras meses enfermo del estómago. Vómitos y diarreas compulsivos, que lo dejaban exhausto.

Sólo quedaba Juana María, su madrina. La persona que más le había apoyado en su vida. Y que le fue leal hasta el final de sus días. La anciana, incluso, la nombró heredera única de sus propiedades y sus ahorros. Hasta que el 18 de septiembre murió de forma súbita. No había estado enferma y tenía una salud de hierro, pero corrió la misma suerte que todos lo que rodeaban a Cati.

Nadie entendía qué estaba pasando. Los cinco fallecidos presentaban el mismo cuadro: unos dolores inaguantables en el estómago, que desembocaban de forma inexorable en la muerte. Una agonía lenta y cruel. Fue a partir de ese momento cuando se disparó la rumorología. Cati tampoco ayudó mucho con su comportamiento: se casó a los nueve meses con un taxista viudo como ella, llamado Juan Vitalet. Fue la gota que colmó el vaso.

Una carta anónima puso sobre aviso a la Policía, que detuvo a la envenenadora de Pollença. Inicialmente confesó alguno de los crímenes, pero después rectificó. Un juez autorizó la exhumación de los cadáveres de los ancianos, y la autopsia reveló que había en sus cuerpos una gran cantidad de arsénico, un potente veneno. Los niños y su marido, con seguridad, habían corrido la misma suerte.

La viuda negra se mostró inquietantemente tranquila, mientras los periódicos -entre ellos El Caso- se volcaban en su historia. Pasó por tres cárceles: Palma, Alcalá y Yeserías, y su abogado Luis Matas consiguió que no fuera condenada a los 145 años que le pedían inicialmente, sino a treinta. Al final, acabó cumpliendo solo ocho años y medio. Su comportamiento en prisión fue modélico, y le sirvió para una reducción de pena. Salió en 1986. Pero su vida estaba predestinada a la tragedia: en noviembre, cuando tenía 64 años, se sintió súbitamente indispuesta. La ingresaron en el hospital de Son Dureta, donde murió el día 28. Con terribles dolores estomacales. Como las cinco víctimas. ¿Quién se vengó de la dulce Cati?