Miguel Reynaldo Porlán, el asesino confeso de Paquita. | Ultima Hora

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El 7 de noviembre de 1965, un misterioso conductor se llevó a una niña de seis años que jugaba en una plaza de La Soledat, en Palma. Al día siguiente, Paquita Garrido apareció flotando en el mar. El asesino había abusado de ella. A partir de ese momento, y durante 29 días frenéticos, se llevó a cabo una de las mayores cacerías policiales de la historia, que finalizó con la detención del criminal, un taxista apodado 'El Beatle'. Esta es la crónica de un secuestro y asesinato que horrorizó a toda la capital balear y provocó una psicosis sin precedentes en la sociedad.

Caía la noche en Palma cuando la pequeña Paquita, una niña dicharachera, jugaba con sus amiguitos en aquella plaza. Los niños habían perdido uno de sus juguetes y en la oscuridad no daban con él. Inocentemente, pidieron una cerilla o un mechero a un "señor" que merodeaba por la zona, dando vueltas en un coche. No habían caído en que el desconocido los espiaba, a distancia. El joven, de pelo muy largo, algo inusual en la época, les ayudó y después animó a Paquita a subir al vehículo, para darle una vuelta. "Me la quedo hasta que me devolváis lo que os he prestado", les susurró, con cinismo. Fue la última vez que vieron con vida a Paquita, la niña que siempre sonreía.

Los pequeños le alertaron de que se apeara de aquel Seat 1400C, pero el conductor aceleró bruscamente y dejó atrás la calle Regalo. Condujo hasta un descampado de la carretera vieja de Sineu, donde forzó a la pequeña. Los gritos desesperados de la niña provocaron que el violador le tapara con fuerza la boca, hasta que Paquita se desvaneció. El pervertido, según confesó un mes después, pensó que la había matado y la metió de nuevo en el coche y la llevó a Cala Gamba, donde arrojó el cuerpo al mar. En realidad, la criatura estaba viva y unos trabajadores la hallaron sin vida al día siguiente. La autopsia confirmó que había fallecido ahogada.

Imagen de la familia de Paquita Garrido, con la pequeña.

La Policía llevaba horas buscando al misterioso chófer, desde que los niños de la calle Regalo contaran a sus padres el inquietante episodio con el desconocido. Y había trascendido un dato clave: el vehículo era un taxi y en la puerta llevaba un número 7. Durante semanas, todos los chóferes de Palma fueron interrogados, incluido el asesino, que se inventó una coartada con la que ganó tiempo. El tiempo pasaba y la alarma social cada vez iba a más. Una mujer sufrió un ataque de nervios al subirse a un taxi con el siete en la puerta y quiso lanzarse en marcha.

Finalmente, la tenacidad policial dio sus frutos. Toda la comisaría estaba volcada en el caso y una de las testigos de aquel 7 de noviembre de 1965 contó que el taxi en cuestión hacía un ruido característico. Como si el ventilador rozara con el radiador. Se presumió, pues, que el conductor lo había llevado a arreglar a un taller, y la policía depositó en esta línea de investigación todas sus esperanzas. 29 días después del rapto, violación y asesinato de Paquita Garrido ya había un sospechoso: Miguel Reynaldo Porlán.

Miguel Reynaldo Porlán, el asesino confeso de Paquita.

Era un joven de 25 años, taxista, natural de Lorca (Murcia), aunque llevaba 18 residiendo en Palma, junto a su familia. Vivía con sus padres y sus hermanos y tenía antecedentes por distintos delitos. Le apodaban 'El Beatle', por su melena, pero sospechosamente se la había rapado tras la desaparición de la niña. Tras arrojar al agua a Paquita se quedó con la recaudación del taxi, que debía entregar a su propietario, y acudió a la Porta de Sant Antoni, donde contrató los servicios de una prostituta llamada Ana Mari. Curiosamente, la mujer huyó a Valencia tras estar con él, por lo que siempre se sospechó que el secuestrador le había contado algo.

Cuando fue detenido, el joven murciano se mostró muy tranquilo. Un veterano comisario decidió ganárselo: "¿Un café con leche, Miguelito?". "Con unas pastitas", contestó él. Se trataba de una estrategia policial, previa al durísimo interrogatorio que se avecinaba esa madrugada. Poli bueno; polki malo. El taxista, al final, acabó confesando. Reconoció que había abusado de la niña, pero sostuvo que cuando la arrojó al mar pensaba que estaba muerta. Alegó que es anoche iba bebido y al año siguiente fue juzgado en la Audiencia.

Se mostró muy teatral, y clamó al tribunal: "Si con mi muerte devuelvo la vida a la niña, pido a la sociedad que me condene a muerte". Se salvó del garrote vil y le cayeron 30 años de cárcel. Palma respiró tranquila: el monstruo del taxi ya estaba entre rejas para siempre.